Hace unos días compartimos el primer relato de Ángela y su Royal Enfield, hoy es el turno de la segunda parte, donde ambas cruzan la frontera de Colombia con Ecuador. Esperamos lo disfruten.
Parte II
El 15 de septiembre decidí salir de Bogotá con todos los corotos amarrados en la Morocha y nos dirigimos rumbo a Purificación Tolima a despedirnos de la familia, aunque algunos en desacuerdo por mi decisión, otros muy contentos por ella.
Cruzamos “la línea”, desde Ibagué a Calarcá, y disfrutamos una semana en Filandia Quindío, luego Popayán para seguir hasta Ipiales, donde disfruté los últimos 4 días en Colombia con mi familia Ipialeña (Familia de mi amiga Fer).
Realicé los trámites en la frontera, tanto de la morocha como los míos el 23 de Septiembre, todo fue muy rápido, nos demoramos solo 40 minutos aproximadamente y nos devolvimos a Ipiales, pues el plan era salir al día siguiente temprano para que rindiera la jornada. Finalmente salimos el 25 sin tener claro donde dormiríamos.
En Ipiales fui muy bien recibida
Aluciné con esa vista increíble de la cordillera. La panamericana, una línea de asfalto qué atraviesa el continente, en ese tramo me regaló un paisaje hermoso y muchas sensaciones de emoción por ser la primera vez que salía del país en moto, por sentir que no conocía ni un metro adelante mío, que todo era absolutamente nuevo, que las montañas daban una sensación de grandeza, perfección, altitud, misterio, y que las cumbres que alcanzaba a ver a lo lejos eran incertidumbre y emoción, ansiosa por ver volcanes y alguna cima con nieve, que me daban ganas de parar en todos lados a contemplar esta perfección e inmensidad de Los Andes; a parte de todas estas sensaciones, paisajes y pensamientos, me acompaño el viento, que llegó a intimidarme cuando subía hacia Ibarra.
Nos dirigimos hacia la Laguna de Cuicocha a conocer ese lugar de origen volcánico a 3.060 msnm, luego a las cascadas de Peguche, donde me habían recomendado la zona de camping. Al llegar, sentí miedo de no saber si estaba tomando la decisión correcta, pero al contemplar tanta naturaleza, me dio la sensación de paz de elegir ese lugar para pasar mi primera noche.
Me fui de Otavalo con ganas de comprar muchas cosas de su mercado artesanal.
Pasé por Otavalo, dormí una noche en este pueblo bello rodeado de Volcanes, el más cercano es el Volcán Imbabura, que le da el nombre a la provincia, lleno de artesanías y manualidades Ecuatorianas, típicas y coloridas, (Quería comprar de todo, solo que no tengo espacio donde llevar una aguja más), ver en las calles que la mayoría de su población conserva su vestimenta típica con faldas largas lisas, blusas blancas, por lo general de boleros en sus brazos, y con algo atravesado de un hombro a su cintura de colores oscuros. Encontrar una familia que me acogió en su casa para pasar la noche y de donde salí directo a Cayambe.
Tenía mucha curiosidad y ansiedad de llegar a Cayambe, llegué con muchas ganas de ver y de subir a ese majestuoso volcán que lleva el mismo nombre, para sentir su inmensa, curiosa y misteriosa nieve. Por la cima de este volcán cruza la línea ecuatorial y es considerada la montaña más alta del mundo desde el centro de la tierra, a diferencia del Everest, esta última es la más alta desde el nivel del mar.
Luego de llegar al Hostal Nuevo Amanecer (hogar de Mario), un motero de miles de años (mentira, no es viejo) pero motero de corazón y alma, me recibió con la mejor vibra, me hospedo muy cómodamente (superó totalmente mis expectativas). Al día siguiente, yo con toda la ansiedad del mundo me alisté para subir en compañía de Mario al volcán Cayambe. Salimos muy temprano, preparados para el frío y con las motos listas para el ascenso. Aunque Mario no lo veía necesario, yo empaqué agua y algo de comida para el camino. Empezamos el ascenso por calles empedradas, largos trayectos, unos en mejor estado que otros; luego de pasar el guarda parques, empezó la carretera destapada, con algunas grietas, paisajes hermosos y vista al Cayambe totalmente despejado. Entre el paisaje, que me traía loca y con los ojos bien abiertos, nos acompañaban muchas piedras sueltas y viento helado que no me permitía andar con la visera del casco abierta. Durante el ascenso pasó lo que tenía que pasar; me caí. La primera vez fue en una grieta, donde pase a muy baja velocidad y me ganó el peso de la moto. La segunda vez me resbalé entre las pequeñas piedras sueltas, aunque iba un poco más rápido, choqué contra la piedra enorme del costado derecho y luego caí hacia el lado izquierdo. No me pasó absolutamente nada, pues la ropa de moto cumplió 100% su función. Lo único que me lastimé fue mi confianza sobre la moto.
A pesar de las caídas logré pisar la nieve y el glaciar en Cayambe. Junto a Mario, del Hostal Nuevo Amanecer, quien fue mi guía.
Más adelante, dejamos la moto de Mario y continuamos juntos en la mía, que nos llevó hasta cierto punto donde había rocas sueltas enormes que nos impidieron seguir en ella, así que continuamos a pie tomando agua (Conos de hielo que se descolgaban de la montaña, pues había perdido mi botella en el camino) en eso una camioneta nos alcanzó y nos llevó hasta el refugio. De allí emprendimos la caminata hacia arriba, para lograr tocar la nieve y el glaciar, sentir su inmensidad, su perfección y el misterio de sus grietas, el sonido del hielo y suave sensación al tocarlo.
En un glaciar no hay que preocuparse por agua pero si por las grietas.
Luego de escuchar grandes estruendos al caer pedazos de hielo a lo lejos que formaban eco, nos retiramos del lugar. Allí conocimos a unos señores que andaban explorando el volcán al igual que nosotros, uno de ellos comediante ecuatoriano que nos hizo reír todo el camino de bajada al refugio.
Luego de cada uno retomar su respectiva moto y continuar el descenso hacia el pueblo de Cayambe, yo traía los nervios de punta después de las caídas, así que estaba rodando con mucha inseguridad y desconfianza. Tenía claro que el problema era mío, no de la máquina, pues ella seguía andado delicioso como siempre. Finalmente se llegó la hora de la última caída; fue en bajada, curva hacia la derecha, con piedra suelta y tierra. Allí fue cuando la morocha y yo sufrimos los golpes físicos que se notarían.
No me sentí con la fuerza física ni mental para continuar, así que pretendí buscar hospedaje cerca, donde Mario me indicaba que era imposible conseguirlo.
Esta historia continuará…
La próxima semana tendremos más historias de Ángela y la Morocha. Pueden ver el video de una de sus caídas en Instagram