Viajes y Aventura
Texto: JCP Fotos: Joe Berk – JCP
Increíble panorámica ascendiendo hacia el Nevado del Ruiz por la antigua carretera que va desde Manizales.
A lomos de las TT 250 Adventour recorrimos una ruta de 2.600km por algunas de las mejores carreteras y paisajes de Colombia, donde pudimos ver un completo arcoíris de lo que es este hermoso país y rodar desde la costa hasta algunas de las más altas montañas, parando en hermosos pueblos que enamoran con su arquitectura, gastronomía, historia y tranquilidad.
Siempre he escuchado decir que las segundas partes nunca son tan buenas como las primeras, pero en esta oportunidad la sabiduría popular se queda tambaleando. Puede ser que el primer viaje que hicimos sobre la TT 250 recorriendo el oeste americano, que les compartimos en la Ed. 137, fuera una aventura increíble, pero el segundo viaje, que tuvo como escenario a Colombia y algunas de sus más suculentas carreteras y paisajes, tampoco se queda atrás. Un recorrido que nos sirvió para para poner a prueba estas viajeras multipropósito en nuestro terreno, por cierto, muy distinto al de Estados Unidos y poder así contrastar con las buenas sensaciones percibidas en la rutas de Norteamérica.
Joe se toma una foto con unos soldados en un puesto de control
Tres TT Adventour fueron nuestras compañeras en este viaje, una bastante nueva y dos que ya sumaban muchos miles de kilómetros de pruebas en manos de infinidad de pilotos, un detalle que nos generaba algo de incertidumbre, considerando que nos esperaban 8 días de camino sin descanso y tramos bastante exigentes de asfalto y tierra. Las señales del uso y del abuso eran evidentes en muchas de sus partes, pero las motos funcionaban perfectamente, con gran suavidad y más allá de los rayones que pudieran verse, todo parecía estar intacto en ellas, así que el día señalado antes de las 5am estábamos tomando la ruta para dirigirnos desde el oriente antioqueño hacia el golfo de Morrosquillo en el departamento de Sucre, donde esperábamos pasar la primera noche acompañados por la brisa marina y el sonido de las olas.
Las playas del Golfo de Morrosquillo nos recibieron el primer día.
Además de las motos y de una ruta de gran riqueza en todo sentido, el viaje tenía un ingrediente extra, desde California había viajado Joe Berk, quien fuera nuestro anfitrión cuando rodamos las TT en carreteras de Estados Unidos y que ahora sería nuestro invitado para probar la moto en nuestras rutas, descubrir un poco de Colombia y llevarse una experiencia totalmente diferente a lo que se vive en las carreteras de Norteamérica.
El primer día fue la prueba de fuego para las motos y para nuestro invitado. Con 550km que recorrimos sin afanes, parando a disfrutar de los contrastes que ofrece una ruta que inicia en las altas montañas de Antioquia y que luego avanza por los hermosos valles que baña el río Cauca y finalmente se adentra en Córdoba y Sucre, para terminar frente al Caribe. Las motos se portaron de maravilla, haciendo rendir muy bien el combustible, con promedios por encima de 120km por galón, esto manteniendo velocidades entre 80 y 100km/h, donde la TT 250 va relajada y con margen de sobra para cuando es necesario adelantar, ya que es capaz de subir a más de 140 con gran facilidad. Pero lo nuestro no era ir a fondo, la idea era disfrutar el camino y viajar seguros, para que nuestro invitado se pudiera acoplar a unas carreteras que nada tienen que ver con las impecables vías de Estados Unidos.
Llegar a Mompós fue más difícil de lo que pensábamos. Un pinchazo nos retrasó, pero eso no impidió disfrutar la deliciosa carretera a Magangué y el viaje en ferry por el Magdalena.
La comida típica le puso el sabor a una jornada que culminó en la playa, saboreando un delicioso filete de pescado con una cerveza helada. Para Joe había sido un día emocionante pero igualmente duro, de asimilar el intenso tráfico, de tratar de entender nuestras retorcidas carreteras, de aprender el delicado “arte” de adelantar los inmensos camiones con seguridad y de afrontar las salvajadas de algunos conductores, que son el pan de cada día en nuestras vías, por suerte la TT es una moto que facilita las cosas, una gran compañera para esto de recorrer largas distancias, que fluye por las curvas con seguridad, de reacciones predecibles, que brinda gran comodidad y una postura de manejo relajada, al mismo tiempo que permite llevar sin problemas todo el equipaje, que en este caso viajaba en unas maletas de aluminio que AKT se encontraba probando y que nos dejaron una excelente impresión, tanto por sus acabados, como por el generoso espacio y su sistema de fijación a la moto que no nos dio ningún problema ni mostró seña alguna de debilidad.
El día dos nos llevaría a Mompós, sería una etapa corta, cerca de 200km, con un tramo navegando en el río Magdalena, pero poco después de salir del hotel notamos que una de las motos tenía desinflada la rueda trasera y esto nos obligó a parar en Tolú para reparar un pinchazo, labor que tardó casi dos horas al ritmo parsimonioso que es normal en estas tierras, claro que Joe no desaprovechó ni un minuto, disparando su cámara a todo aquello que le generaba curiosidad, que era prácticamente todo, desde las herramientas improvisadas del montallantas hasta las familias enteras que se movían en sus motos con media docena de ocupantes de todos los tamaños.
Aquí algunas muestras de la bella arquitectura de este mágico pueblo
Después de disfrutar al máximo la carretera que conduce a Magangué, cuyas curvas y paisajes son un banquete, y luego de un rápido almuerzo en este concurrido y caluroso puerto sobre el Magdalena, llegamos a Yatí, donde se toma el ferry que nos llevaría a La Bodega, punto donde se retoma la carretera a Mompós, lo que no esperábamos era que el Ferry estaba retrasado y debíamos esperar 3 horas antes de partir.
La vía a Mompós siempre depara sorpresas, esta vez algunos tramos en construcción sirvieron para poner a prueba las TT 250.
Esta es una escena muy normal de esta región ganadera.
En esto de los viajes nada está escrito y lo que pensábamos sería una jornada corta, se convirtió en una etapa de día entero y luego del espectacular recorrido en barco, que fue como un premio después de esperar bajo el sofocante calor de esta zona, llegamos a una carretera en construcción, donde el asfalto es todavía una ilusión, pero esto no impidió que siguiéramos disfrutando sobre las TT hasta llegar a nuestro destino casi con la última luz del día.
Mompós es de esos lugares que tienen magia, un encanto único que es difícil expresar con palabras, es una atmósfera de otro tiempo, caminar por sus calles es como entrar en el escenario de una novela del pasado, un destino que debe estar en la lista de imperdibles en Colombia. Su arquitectura, sus hoteles, sus restaurantes, sus gentes, su río, su historia, sus iglesias, su joyería, todos son pretextos más que suficientes para salirse de las vías principales y apuntar la rueda delantera hacía este lejano pueblo de “realismo mágico”.
Sobre estas líneas se aprecian las formaciones conocidas como estoraques, que se encuentran en La Playa de Belén, Norte de Santander, un lugar que vale la pena ir a conocer. Abajo una bella imagen rumbo al Banco, Magdalena.
Una bella imagen rumbo al Banco, Magdalena.
Pero nuestra ruta debía seguir, estábamos para rodar las TT y nos esperaban cerca de 300km para llegar a Norte de Santander, a un pequeño pueblo llamado La Playa de Belén. Otro de esos lugares rodeados de un encanto especial. En la primera parte del camino disfrutamos de varios tramos de tierra en los que no paramos de divertirnos con nuestras motos. Sin ser propiamente unas enduro, que no es el objetivo, las TT 250 tienen con qué defenderse muy bien en terrenos malos, de manera que si el asfalto desaparece, no por ello vamos a dejar de pasar bueno, al contrario se puede tornar mucho más entretenido, como de hecho sucedió. Más tarde, mientras ascendíamos por la Cordillera Oriental hacia Ocaña, las rectas se transformaron en una desafiante carretera de montaña, cuyo asfalto impecable nos dejó sacarle el jugo a las motos, aunque nuestro amigo Joe prefería avanzar con mucha prudencia, pero independientemente del ritmo, todos nos la gozamos al máximo y nuevamente las motos se portaron a la altura.
El Cañón del río Suárez en Barichara y abajo el Chicamocha.
Después de visitar el Parque Natural los Estoraques, atractivo principal de esta zona, y de caminar por el pequeño y apacible pueblo de blancas casas y calles relucientes, donde la gente se muestra muy amigable con los turistas, cerramos otra jornada excelente y nos dispusimos a descansar para al día siguiente.
Barichara era el siguiente destino en nuestro mapa y partimos temprano previendo que el paso por Bucaramanga y el cruce del Cañón del Chicamocha podría ser difícil con el tráfico y así fue, en la ciudad nos movimos a paso lento mientras cruzábamos la zona urbana de Girón, Floridablanca y Piedecuesta, pero luego fueron los camiones los encargados de mantenernos entretenidos mientras serpenteábamos en medio del espectacular paisaje del Chicamocha, donde nuestro invitado no podía creer la belleza de semejantes montañas, tan diferentes a las de su tierra, pero no por ello menos impactantes, al contrario, cada día Joe estaba más sorprendido con nuestro país, su cámara no paraba de disparar en cada oportunidad que se le presentaba de llevarse una buena foto y esa noche, mientras cenábamos en uno de los tantos lugares que tiene Barichara, donde abundan las delicias gastronómicas, nos dijo que hasta ese punto podía asegurarnos que ese era el mejor viaje de toda su vida y que al regresar a su casa escribiría un libro de esta aventura, (ver recuadro).
Al igual que en cada uno de los lugares donde habíamos parado a dormir los días anteriores, en Barichara también hubiéramos querido quedarnos un par de días, pero alcanzamos a mostrarle a Joe algunos de los lugares más bonitos, incluyendo la ruta al poblado de Guane, que es obligatoria cuando se visitan estas hermosas tierras santandereanas.
De las empedradas calles de Barichara partimos al día siguiente rumbo a otro destino imperdible en nuestro país, Villa de Leyva. Fue una etapa corta pero no por ello menos entretenida, al contrario, los verdes paisajes nos brindaron alegría en todo el recorrido, donde no hay manera de aburrirse, pues todo el camino es una delicia y con la TT 250 entre las piernas no se desperdicia ninguna de sus curvas, ascensos o bajadas, su motor tiene lo necesario para ponerle el picante a casi cualquier carretera y su chasis, suspensiones y ruedas no desentonan en lo más mínimo cuando se trata de ir un poco más rápido, solamente los frenos denotan cierta debilidad en la rueda delantera, donde se agradecería algo más de potencia y tacto, algo que si le sobra al disco trasero, al punto en que es un poco delicado y se requiere suavidad con él.
El paisaje verde tomó fuerza a medida que nos acercábamos a Villa de Leyva, Boyacá. Abajo se aprecia su majestuosa plaza principal.
A estas alturas Joe no podía creer que cada día lo sorprendiéramos con un lugar tan hermoso, en Villa de Leyva se dio gusto tomando fotos a la arquitectura colonial, a su majestuosa plaza empedrada, a las personas, a las artesanías, etc. A través de su lente trataba de captarlo todo, como queriendo atraparlo para poderse llevar la mayor cantidad de recuerdos de un país que seguramente jamás hubiera podido imaginar ni remotamente, como tampoco hubiera pensado nunca que rodaría por carreteras y paisajes que aunque parezcan normales para nosotros, para él eran increíbles.
El día 6 fue otra etapa de cinco estrellas en calificación de “moto-viajero”, Villa de Leyva – Honda, una ruta de contrastes, de carreteras para todos los gustos, de hermosos paisajes, de tramos para disfrutar la moto completamente solos, de curvas deliciosas y asfalto que agarra como si tuviera pegamento, pero también rodando con el tráfico más intenso de este país, como en la vía que une a Villeta con Guaduas, donde Joe se graduó con honores en aquello de sortear el trafico más pesado que puedan imaginar y sobretodo en hacerlo con seguridad, sin correr riesgos innecesarios, que es lo más importante y lo que muchos jamás aprenden. Salir de la Sabana y cruzar la cordillera oriental para bajar hasta el Magdalena fue delicioso, una de esas etapas que nos recuerdan porque nos apasiona tanto esto de viajar en moto.
Hay lugares que invitan a hacer una pausa en el camino y recargar baterías, eso fue lo que hicimos en el Hotel Casa Belle Epoque.
En el centro histórico de Honda nos hospedamos en un hotel de fantasía, con todo el encanto de las grandes casonas donde vivieron los españoles, se llama Casa Belle Epoque para que lo tengan presente si van por esos lados, seguro que no se van a arrepentir, como tampoco se arrepentirán de salir a caminar por los callejones empedrados que encierran mucha historia en este pueblo que fue uno de los enclaves más importantes de la corona española y que también tiene para ofrecernos un maravilloso museo dedicado al río Magdalena, que antaño fuera la vía principal de nuestro país, otro de esos lugares que irónicamente funciona sin apoyo del estado y que no pueden faltar en la agenda de viajes.
Para esas alturas ya las TT 250 nos habían atrapado con su buen desempeño, con su comodidad, con su aceleración, con su economía y con su buen funcionamiento, fácilmente sumábamos ya 6.000km en las tres motos con solo un pinchazo en la bitácora, por lo demás nada que decir, a veces se mostraban algo perezosas para prender en las mañanas, pero una vez en marcha era cuestión de acelerar y disfrutar el camino.
El casco antiguo de Honda merece ser recorrido con calma y al igual que su museo dedicado al río Magdalena
Y hablando de disfrutar, lo que nos esperaba al dejar Honda era de lo mejor que tiene Colombia cuando de curvas y montaña se trata, el ascenso al Alto de Letras desde Mariquita, una carretera que no nos cansaremos de decir que para nosotros está entre las mejores que hemos recorrido, dentro y fuera del país, y seguiremos recorriendo cada que podamos, 100km escalando por las mejores curvas, una serpiente que ante el menor descuido se lo quiere tragar a uno y por eso hay que tenerle respeto, pero con la TT no fue nada difícil disfrutarla, incluso vimos a Joe comenzar a acostarse con gran confianza y en varias paradas que hicimos para tomar fotos y descansar un poco, él mismo se sorprendía de la manera como estaba inclinando, lo cual se podía ver claramente marcado en las llantas, ahí decidimos otorgarle el título en la “especialidad” llamada curvas colombianas, que no es cualquier cosa y mucho menos si uno viene de manejar toda la vida en Estados Unidos, donde las curvas más cerradas parecen rectas comparadas con las nuestras.
Hermosa panorámica del Nevado del Ruiz cubierto de ceniza volcánica.
El destino final era el Hotel Termales del Ruiz, ubicado en la vía antigua que conduce al volcán nevado del mismo nombre, pero antes de llegar a este plácido lugar ubicado a más de 3.500 metros de altura para disfrutar de un relajante baño en su piscina de aguas termales, queríamos llevar a Joe y en especial a las TT hasta uno de los lugares más altos a los que se puede subir en moto en Colombia, que es la entrada del Parque Natural los Nevados, un punto conocido como Brisas, ubicado a 4.138 metros sobre el nivel del mar, el objetivo era ver que tal funcionaban las TT a gran altura y las tres motos llegaron sin ningún problema, tan solo mostrando una pérdida de potencia que es normal en cualquier motor carburado, debido a la falta de oxígeno, algo que también nos afectó a nosotros. Ese día nos quedamos con las ganas de ver el nevado por cuenta de una densa neblina, que luego al acercarnos al volcán se convirtió en algo que ninguno de los tres había experimentado jamás. En cierto punto comenzamos a sentir que los cascos se tapaban con algo extraño y no entendíamos que era, hasta que vimos bajar algunos carros completamente cubiertos por algo gris, ahí comprendimos que el volcán estaba expulsando cenizas y mientras todos los turistas eran evacuados y se alejaban rápido, nosotros nos acercábamos al “peligro”, todo con tal de llegar al punto más alto y de tomar la foto para el recuerdo.
Al otro día, ya con el cielo despejado, pudimos hacer una buena foto con el nevado al fondo cubierto de ceniza y el volcán con su fumarola, desde ahí nos restaba la última etapa para regresar a nuestro punto de partida, la cual transcurrió sin novedades, para concluir un excelente viaje que nos confirmó todas las cualidades de la TT Adventour como compañera de viajes, algo que ya habíamos sentido en las carreteras de Entados Unidos y que se ratificó en las nuestras, mucho más difíciles y exigentes, pero también más divertidas. DM
En Guane, el tiempo parece haberse detenido.
Todo tipo de terrenos enfrentamos durante este viaje por las hermosas tierras colombianas.
El Museo del Río Magdalena, un lugar obligado para los visitantes.
En el volcán Nevado del Ruiz, trepando con las TT 250.
La cama del hotel Termales del Otoño, nos invitó a descansar tras el viaje.
Durante el viaje en el ferry disfrutamos tomando fotos.