Aquí les traemos la segunda parte del emocionante viaje por Ecuador, realizado por dos de nuestros lectores. Ver la primera parte
Quito-Cuenca
Al siguiente día salimos a las 6:00 am rumbo a la ciudad de Cuenca, famosa por su estilo colonial, a unos 450 kms al sur de Quito. Calculábamos que llegaríamos hacia el mediodía y que tendríamos toda la tarde para descansar, pero la realidad fue otra. Hacia las 10:00 am paramos a descansar en una tienda a la orilla del camino, habíamos recorrido 300 kms y calculaba otras dos horas de camino como máximo. Sólo por verificar le pregunte al tendero que cuanto faltaba por llegar a Cuenca y respondió que de 4 a 5 horas, «esta loco» pensé y confiados seguimos nuestro camino. El tendero tenía razón. A partir de ese punto el camino se puso más y más difícil. En una oportunidad tomamos por un desvío obligado que supuso media hora de carretera destapada, luego la carretera estaba más bacheada y con pantano en algunos sectores, la moto no iba del todo bien a causa de la altura y la correspondiente perdida de potencia y comenzó a llover. Adry, en un punto del camino, donde no se veía absolutamente nadie, ni carros ni personas, me pidió que paráramos para descansar porque estaba exhausta, en ese momento teníamos frío, estábamos mojados y la carretera llena de huecos y pantano no apetecía mucho, como la única opción era seguir, montamos en la GS y emprendimos el camino concentrándome lo más que pude en la carretera para no tener ninguna sorpresa. Poco a poco las cosas mejoraron, comenzamos a descender, el Sol salió y la lluvia cesó, llegamos a cuenca casi a las 4:00 pm bastante cansados, localizamos un hotel agradable donde pasar la noche y mandar a lavar parte de nuestra ropa. El día siguiente lo dedicamos a conocer la ciudad. Nos gustó bastante, tiene un estilo colonial que todavía se conserva en sus iglesias, muchas de sus edificaciones y en sus calles que gran parte son de piedra, como en Santafé de Antioquia, la gente es muy amable y siempre nos recibían con una sonrisa. Nos llamó mucho la atención la gran cantidad de gente que había vendiendo máscaras de todos los colores y formas, nos preguntábamos para que serían, luego averiguamos que en Ecuador, al igual que en nuestro país, tienen la costumbre de quemar muñecos con pólvora en el año nuevo pero a diferencia de nosotros no pintan las caras sino que les ponen máscaras.
Cuenca – Guayaquil – Salinas
Como siempre, muy temprano salimos hacia la ciudad de Guayaquil, la segunda de Ecuador, era 31 de Diciembre y planeamos pasar el año nuevo allí, aunque a última hora cambiamos de opinión. Decidimos coger la ruta que pasaba por el parque Nacional Cajas. Estábamos un poco temerosos por los derrumbes que las lluvias de «El Niño» había producido y que podrían haber taponado el paso. Paramos a preguntar en una casa en el camino cuando llevábamos media hora de recorrido, allí nos informaron que no había paso por esa carretera por lo que optamos por devolvernos y coger otra ruta hacia Guayaquil, lo que no nos atraía nada porque eso significaba unas dos horas más de camino. En ese momento apareció una camioneta que venía en dirección opuesta, les preguntamos por el estado de la carretera y nos dijeron que venían de Guayaquil y que si había paso aunque el estado de su carrocería llena de pantano nos indicó los pasos difíciles que debíamos atravesar. Decidimos arriesgarnos y continuar. Encontramos muchos derrumbes, los cuales entre pantano, charcos y piedras logramos sortear. Llegamos hasta 3.800 m.s.n.m en pleno parque Cajas, nos encanto el paisaje de montaña y la tranquilidad que sólo a esas alturas se puede encontrar. Empezamos a descender hasta que conectamos una carretera principal muy cerca del nivel del mar que nos llevaría hasta Guayaquil, nos quitamos las chaquetas y con la GS más recuperada por haber descendido nos dirigimos hacia Guayaquil a un ritmo alegre. Por fin llegamos, creímos que era el final de aquella jornada pero francamente la ciudad nos desilusionó, no era agradable ni bonita y entre más entrábamos en ella más pronto queríamos salir, después de consultarlo con Adry decidimos seguir hacia Salinas, eran 150 kms más de viaje pero seguramente era un lugar más agradable para pasar el año nuevo. Descansamos y comimos en una gasolinera y después de pedir algunas indicaciones de la salida para Salinas emprendimos el viaje nuevamente. En Ecuador nunca confíen en las indicaciones, cuando preguntas te responden con el tradicional «largoooo» (algo así como sigan derecho a ver que pasa) y con la mano señalan el horizonte, así que debes preguntar constantemente hasta que a punta de «largooos» encuentras lo que buscas. En esta oportunidad no lo hicimos así y ese fue nuestro error. Salimos de la ciudad, llevábamos recorridos 75 kms y el camino estaba muy raro, preguntamos y nuestras sospechas fueron confirmadas, habíamos equivocado el camino, media vuelta y de regreso a Guayaquil, por fin encontramos la salida correcta y paramos un momento a descansar. 150 kms gratuitos, dos horas perdidas y dos viajeros exhaustos fue el balance. Adry no quería continuar y prefería pasar la noche en Guayaquil, pero fue tanta la pereza que le cogí a la ciudad que la convencí de seguir. Afortunadamente los 150kms que nos separaban de Salinas eran rectos y con asfalto aceptable por lo que logramos cubrirlos en una hora y cuarenta minutos, lo malo fue los salvajes conductores que transitaban por allí. En una parte del camino me estaba pasando unos carros a casi 150 por hora y pegado a mi un carro quería pasarse haciendo señas con las luces para que le diéramos paso, ¿por donde? Si yo en ese momento me estaba pasando otros carros, lógicamente me dió rabia le cerré el paso obligándolo a que redujera la velocidad y que se quedara detrás de mí, no fue lo más sensato y Adry con su tremendo regaño diciéndome que también tenía que pensar en ella así me lo confirmo, no se puede tener la sangre tan ardiente, puede ser peligroso. Salinas, que gran diferencia, nos encantó la ciudad, tipo balneario al pie del pacífico muy limpia ordenada, llena de turistas, con unas playas inmensas y hermosas y un mar que invitaba a bañarse. Fue un año nuevo muy agradable, la playa estaba llena de muñecos que explotaban con la pólvora que llevaban adentro, además hubo un espectáculo de juegos artificiales hermoso. Allí pasamos dos días de playa, brisa y mar muy agradables y de completo relax.
Salinas ofrece Sol, playas y mar, el mejor premio luego de una larga travesía.
Salinas – Bahía de Caraquez
Otra dura jornada que recordaremos por mucho tiempo. Salimos rumbo a Guayaquil, de allí nos dirigimos a la ciudad de Portoviejo donde seguiríamos hacia Bahía de Caraquez, otra ciudad al pie del mar que prometía ser hermosa. Llegar hasta Portoviejo fue duro debido al mal estado de la carretera, allí almorzamos y emprendimos el último tramo que nos llevaría al final de aquella jornada. Cual no fue nuestra sorpresa cuando el camino poco a poco fue empeorando hasta que nos vimos metidos en medio de una mal llamada carretera, que lo único que tenía de carretera era el ancho porque de resto era una completa trocha y como estabamos en pleno fenómeno de «El Niño» estaba en unas condiciones desastrosas. Recorrer trochas en una moto tan inapropiada para ello como la GS con esposa y equipaje fue una experiencia que no quiero repetir. Atravesando uno de los tantos barrizales que encontramos la GS se fue al suelo sin ningún aviso, la llanta trasera perdió adherencia y en una fracción de segundos estaba tirada en medio de un barrizal, a nosotros no nos paso nada. Un lugareño me ayudo a levantar la moto porque no fui capaz de hacerlo por mí mismo. Después de lo que nos pareció una eternidad llegamos a Bahía de Caraquez, una ciudad agradable aunque muy por debajo de Salinas, además no tenía playas agradables para nadar. Lo que salvo la estadía en esta ciudad fue un tour, que hicimos al otro día a las Islas fragatas, con un guía extraordinario que nos explicó todo lo que sabía sobre los dos principales atractivos de esta isla; los manglares y las aves fragatas, fue una gran experiencia. Al otro día emprenderíamos el camino de regreso a Quito, estaba un poco preocupado por los acontecimientos de la última jornada así que empece a preguntar cuál era la mejor ruta para regresar a Quito. Lo que averiguamos es que lo mejor era atravesar la bahía en ferry y tomar el camino que pasa por Santo Domingo de los Colorados. El problema era que a la salida de la ciudad la lluvia había destruido un puente por lo que había que tomar un desvío lleno de barro, después de la caída que tuvimos esta idea no me gusto mucho pero me dije «bueno no hay problema, hoy no ha llovido con lo que para mañana el barro estará relativamente seco». Esa noche comenzó a llover fuertemente y no paró en toda la madrugada. No pude dormir pensando en ese difícil paso. Al otro día, todavía lloviendo, rescate la GS del parqueadero donde estaba, que era un patio de tierra donde se mojó toda la noche y ya estaba en medio de un charco que le tapaba casi media llanta. Empacamos, nos dirigimos al ferry y después el temido paso. A 1 Km por hora con ambos pies todo el tiempo en el suelo y controlando el mínimo deslizamiento de las llantas logramos atravesarlo, termine con los músculos rígidos de la tensión. Emprendimos nuevamente el camino, llovió hasta el mediodía y arribamos a Quito al atardecer con una gran sensación de alivio porque sabíamos que lo peor ya había pasado. Esa noche disfrutamos recorriendo nuevamente la ciudad y sus centros comerciales.
Una pequeña embarrada y un recuerdo en el carenado de la GS.
Quito – Pasto – Cali – Medellín
El resto del camino fue de regreso y sin mayores novedades, eso sí, disfrutando siempre del placer de ir en moto. Para destacar, la escala que hicimos en Otavalo, ciudad entre Quito y Tulcán famosa por su mercado de artesanías, el cual no debe dejarse de visitar, el santuario de las Lajas, que no conocíamos y que es realmente imponente y la fiesta de negros y blancos en Pasto, la cual se desarrollaba el día que llegamos. Las dos jornadas posteriores, Pasto – Cali y Cali – Medellín transcurrieron normalmente. Dos semanas y 4500 kms después de nuestra partida llegamos a casa, cansados pero felices de haber realizado este viaje en moto, el cual, a pesar de algunos inconvenientes, realmente disfrutamos.
Cuando le contamos a la gente de este viaje en la GS, generalmente ponen cara de extrañeza y preguntan con una lógica aplastante ¿No hubiera sido más cómodo haber ido en carro?. Talvez hubiera sido más cómodo, sin embargo no tan divertido. El carro es un medio que utilizas para ir de A hasta B, viajar en moto es un fin por sí mismo. ¿Cómo explicarle a los demás las sensaciones que sientes cuando vas en dos ruedas recorriendo kilómetros y kilómetros de carreteras conocidas o excitantemente desconocidas? El sentimiento de libertad que se mete en tu cuerpo y mente, los pensamientos que cruzan por tu cabeza bajo el casco a través del recorrido, el viento en tu cuerpo, el paisaje y el ambiente a los cuales estas expuesto pero que por eso mismo los sientes más profundamente y el estrecho vínculo que se desarrolla con tu máquina. No es fácil explicarlo con palabras y de hecho ya me cansé de intentarlo, es algo que sólo lo puedes imaginar viviéndolo y sólo compartirlo entre motociclistas o con personas que tengan espíritu aventurero que no se conforman con estar siempre en el mismo lugar.
El próximo destino es Venezuela, talvez este año o quizás el próximo, todavía no sabemos, esperamos muy pronto estar escribiendo otro artículo como este acerca de ese viaje.
Texto y fotos: Mauricio Gallego A / Adriana M. Betancur
Edición 6
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