Las carreteras que bordean el Pacífico al sur de Perú son de las mejores que hemos disfrutado en la primera parte de nuestro viaje.
Existen infinidad de razones para no emprender un viaje largo en moto, pero hay solo una que lo justifica. Dejarlo todo por un tiempo y lanzarnos a la carretera abiertos a vivir aventuras inesperadas nos deja un tatuaje de buenos recuerdos en el alma. Algo imborrable para la vida.
Mirar hacia atrás y darnos cuenta de todo lo que hemos avanzado en nuestras Himalayan 400 es sorprendente. Nos queda la sensación de que no ha pasado mucho tiempo desde que estábamos soñando con salir a recorrer Suramérica y ya tenemos un largo camino a cuestas, 10.000km de paisajes y carreteras maravillosas han pasado bajo nuestras ruedas, muchos amigos hemos dejado en la ruta, cantidad de despedidas de lugares o personas a las que quisiéramos volver a ver más adelante y que tal vez nunca más veamos, pero que marcaron el viaje de una manera positiva y se quedarán en nuestros corazones para siempre.
Viajar es soltarse de lo seguro, dejar lo conocido y abrirse a lo nuevo e inesperado que nos depara el camino. Esa ha sido nuestra premisa desde que salimos el 19 de enero de La Ceja, Antioquia rumbo a Bogotá, un primer destino que nunca estuvo en nuestros planes. Hasta allí llegamos motivados por compartir con los aficionados de Royal Enfield que nos invitaron para conocernos, ver nuestras motos y hablar un poco sobre la travesía que nos habíamos propuesto realizar en ellas.
Compartiendo con los aficionados en la tienda Royal Enfield Bogotá.
Ese primer día estuvo cargado de emociones, sentir que por fin arrancaba la aventura, empezar a disfrutar nuestras motos ya preparadas para recorrer gran parte de este bello continente; dejar atrás el estrés de las últimas semanas, donde invertimos muchas horas en la planificación del viaje. Ese día cada kilómetro fue de puro disfrute, con un clima inmejorable y nuestras compañeras de dos ruedas haciendo su trabajo de la mejor forma y confirmándonos que habíamos tomado una muy buena decisión al elegirlas.
Cali fue nuestro segundo destino, optamos por tomar la vía larga que va por Manizales, cruzando el Alto de Letras, donde las motos se portaron perfecto a más de 3.500 metros de altura. También nos habían invitado a visitar la tienda Royal Enfield, donde llegamos un poco retrasados, ya entrada la noche, pero nos esperaron pacientemente, nos recibieron con la mejor energía y pudimos compartir un rato muy agradable. Algunos miembros del Club Royalteros Colombia nos acompañarían luego hasta Popayán, en una rodada que disfrutamos bastante. Allí nos despedimos para seguir rumbo a Pasto, donde nos recibieron Hernando y Gloria, una pareja de “motoviajeros” llenos de anécdotas e historias, con miles de kilómetros encima, que nos acogieron en su casa un par de noches. El viaje comenzaba a depararnos buenas sorpresas.
Ecuador fue la primera frontera, el verdadero viaje comenzaba. Abajo. La primera foto del viaje en el mirador de Cocorná.
Ecuador lo cruzamos en dos etapas. La razón: tratar de avanzar hacia el sur del continente para aprovechar el verano austral. Habíamos arrancado 20 días más tarde de lo planeado y sabíamos que el buen clima en la Patagonia se extendía hasta comienzos de marzo, por lo que decidimos que al regreso le dedicaríamos más tiempo al país vecino, pero sin embargo disfrutamos de una ruta hermosa por la sierra ecuatoriana, donde los cultivos se tejen como una elaborada colcha de retazos y los majestuosos volcanes dominan las cumbres.
En Ecuador nos cruzamos con Simone, o más bien ella nos encontró mientras almorzábamos cerca de Quito. Esta alemana de espíritu aventurero había llegado a Colombia días atrás con el objetivo de comprarse una Royal Enfield para recorrer Suramérica en ella y nos sorprendió al llegar en su Classic 500, con todos sus pertrechos amarrados en la silla del pasajero y con una cara de felicidad imposible de ocultar. Nos contó que venía feliz en su moto y que esperaba llegar en ella hasta Ushuaia, que es donde se termina el continente. Rodamos unos kilómetros con ella y a la entrada de la capital ecuatoriana nos despedimos, ya que nosotros esperábamos avanzar más al sur.
El clima de ese día fue un buen presagio.
Al día siguiente, en la tarde, mientras rodábamos bajo un fuerte aguacero muy cerca de la frontera con Perú, Simone apareció de nuevo, nos alcanzó bastante empapada y a partir de allí seguimos juntos la ruta por una semana. Esa noche nos quedamos en la ciudad portuaria de Machala. El plan era cruzar temprano a Perú, que estaba muy cerca, y seguir rumbo a las playas de Máncora, pero en la frontera tenían otros planes para nosotros. Lo que normalmente es un trámite de una hora, para sellar pasaportes y hacer el papeleo de las motos, ese día nos tomó más de 8 horas. Varios factores se sumaron para que se nos fuera el día entero tratando de ingresar a Perú, pocos funcionarios trabajando, problemas de sistema en el lado ecuatoriano, cantidad de pasajeros en buses que alargaban la fila, pero lo más frustrante era ver como muchos viajeros llegaban de últimos y le pasaban dinero a los guardas de seguridad para que sus pasaportes recibieran el sello sin tener que hacer la fila.
La vista del lago San Pablo y el Volcán Imbabura, en Ecuador obligaban una parada.
En la frontera nos enteramos que las lluvias estaban arreciando en los andes peruanos, era la noticia que llenaba los titulares, con inundaciones y avalanchas que estaban causando estragos y bloqueando muchas carreteras. Esto nos hizo tomar la decisión de seguir por la costa, disfrutando de un clima más benévolo, con cielos azules que nos acompañaron mientras avanzábamos por medio de desiertos infinitos o bordeando playas hermosas y solitarias. El contraste de pasar de Ecuador a Perú es muy fuerte, es dejar atrás el verde del trópico para adentrarse en un inmenso mar de arena y rocas que parece no tener final y de hecho no lo tiene, de norte a sur la costa peruana es un gran desierto que va cambiando de forma y color, por momentos aparecen oasis verdes que se forman en los valles irrigados por algún río, pero luego la aridez vuelve a predominar junto a un sol inclemente.
La calidad de muchas de las vías ecuatorianas, donde da gusto pagar por usarlas.
Con Simone compartimos la ruta hasta Lima, donde ella decidió quedarse unos días más. Nosotros dedicamos un día para “perdernos” en la capital peruana, caminando bastante, moviéndonos en su agitado transporte público y recorriendo las zonas más emblemáticas. Conocimos la Lima moderna y la antigua, vimos su famosa línea costera desde lo alto de los acantilados y en la noche nos subimos a la cima de un cerro llamado San Cristóbal, desde donde pudimos ver la magnitud de esta urbe.
El oasis de Huaicachina, cerca de la ciudad de Ica y la Reserva Natural Paracas, que cruzamos camino a Nazca, fueron los lugares que más disfrutamos en Perú, el primero con sus inmensas dunas, donde estuvimos practicando el “sandboard” deporte que consiste en deslizarse sobre una tabla por las empinadas laderas de arena, el sueño de todo niño hecho realidad. Los profesionales lo hacen de pie como si estuvieran en la nieve, pero nosotros resultamos muy buenos en la técnica de bajar acostados boca abajo en la tabla. En Paracas tomamos una lancha que nos llevó a conocer unos islotes llamados Ballestas, donde habitan inmensas colonias de aves, que comparten el terreno con lobos marinos y pingüinos de Humboldt. La experiencia de verse en medio de tal cantidad de vida salvaje en su hábitat es indescriptible. Más tarde, ese mismo día, nos adentramos con nuestras motos en la parte de la reserva que está en tierra firme, en una zona donde es permitido ingresar con vehículos y en la que encontramos infinidad de caminos que salían de la vía principal y se adentraban por el desierto, recorriendo montañas de roca y arena que bordean la costa, un terreno que resultó perfecto para disfrutar las Himalayan, donde pasamos horas explorando y descubriendo increíbles caminos y paisajes, en una experiencia que fue como vivir un mini Dakar.
Disfrutando de un hermoso día en la Laguna La Cocha en Pasto.
El sur de Perú nos regaló algunas de las mejores carreteras que hayamos recorrido en lo que llevamos de viaje hasta ahora, con tramos de fantasía que van bordeando la costa, dibujando infinidad de curvas que dibujan las caprichosas formas de los acantilados. No sabríamos decir que es mejor, si la carretera o las increíbles vistas del Océano Pacífico, además está el desierto que va cobrando diferentes formas y por momentos se transforma en una inmensa duna que parece querer tragarse el camino, también está el viento que en algunas zonas sopla con tal fuerza desde el mar, que se forman pequeñas tormentas de arena que lo envuelven a uno como si estuviera en una inmensa máquina de arenizado. Y efectivamente, nuestras motos y hasta los visores de los cascos quedaron marcados por la fuerza de la arena y el viento.
Con Hernando, Gloria y su imponente Honda Goldwing. Ellos nos hospedaron en su casa a nuestro paso por Pasto.
El momento en que nos encontramos con Simone y su Classic 500 en Ecuador.
Afortunadamente entrar a Chile fue mucho más fácil que a Perú, y aunque en el terreno no hubo ningún cambio notorio, pues a ambos lados de la frontera se extiende el mismo desierto, en otros aspectos sí fue evidente la llegada a un país que se destaca por ser uno de los más organizados de nuestro continente, donde el respeto en las vías se hizo notorio de inmediato, desaparecieron los motocarros, que abundan en tierras peruanas y son de cuidado por sus maniobras inesperadas en busca de pasajeros, también se hizo más desolado el panorama. En el norte de Chile los poblados son escasos y distantes, al igual que las estaciones de combustible, por lo que es obligado llenar los tanques cada que hay oportunidad, pues normalmente cuando aparece una estación es porque seguramente vienen muchos kilómetros rodando en medio de la nada.
Las increíbles carreteras que bordean la costa peruana parecen irreales.
Atacama es el nombre que recibe el inmenso desierto que cubre todo el norte de Chile, uno de los territorios más secos del planeta, donde es prácticamente imposible encontrar algo de sombra y en el que rodar se hace pesado por lo monótono que se torna el paisaje y el camino en muchos tramos, con rectas infinitas que se pierden en el horizonte. Por momentos el viento era el único factor que nos lograba mantener despiertos y alerta. En Perú ya habíamos tenido las primeras experiencias con los vientos laterales, pero el primer día en Chile fuimos sacudidos por fuertes ráfagas, que en un punto sacaron a Eli del camino. Afortunadamente no fue más que un susto.
Asfalto y desierto se juntan para formar paisajes impresionantes, como en esta foto tomada cerca de Nazca, Perú.
Avanzábamos por la costa de Chile rumbo a la ciudad de Antofagasta, donde viven muchos compatriotas que han inmigrado a este país en busca de mejores oportunidades, cuando la moto de Eli se apagó. Parqueamos a un lado de la vía y mientras yo trabajaba en tratar de encontrar la causa de la falla, revisando combustible, chispa, sistema eléctrico y viendo que todo parecía estar correcto, Eli se contactaba con un grupo de Facebook llamado R.A.G.M.I Chile, que hace parte de una organización internacional de voluntarios que prestan ayuda a los viajeros en moto.
Cruzar la frontera peruana fue una tarea larga y de mucha paciencia.
La respuesta de dicho grupo fue inmediata y en menos de 10 minutos ya tenían a alguien en el pueblo más cercano, llamado Mejillones listo para ir a ayudarnos. En eso la moto volvió a prender al mismo tiempo que nos quedamos sin batería en el celular, entonces decidimos seguir hacia Mejillones donde gracias a una inmensa casualidad nos cruzamos con Alexis, un “motoquero” como dicen los chilenos, quien ya iba en nuestro rescate y al ver que la moto estaba bien nos invitó a quedarnos en su casa y al otro día nos llevó a dar un tour por el pueblo.
Y los niños siempre nos alegran la ruta.
Cruzar el Atacama nos tomó 6 etapas hasta que por fin apareció nuevamente el verde en el paisaje. Ver los primeros árboles camino a la capital chilena fue algo emocionante después de tanto tiempo rodando en medio del desierto. El plan era entrar a Santiago para hacerle una revisión básica a las motos, aprovechando que allí hay un taller de Royal Enfield, pero en las fechas que llegamos estaban de vacaciones, viendo esto optamos por desviarnos un poco para quedarnos en una finca en las afueras de Santiago, en un pueblito llamado Curacaví, donde estuvimos un par de días, invitados por Clarita y Juan Pablo, ella colombiana y él chileno, donde descansamos bastante y nos acogieron como si fuéramos de la familia, algo que nos vino muy bien.
Paramos a descansar bajo la sombra de un árbol, que son escasos en el desierto peruano y allí conocimos a doña Cleotilde quien nos obsequió algunas peras de las que cultiva y vende.
De allí partimos rumbo a Argentina, hicimos el cruce de los Andes que nos llevaría a Mendoza y fue puro placer enfrentar esta majestuosa cordillera por el Paso de Los Libertadores, una carretera que nos regaló increíbles paisajes y un trazado muy entretenido con curvas en abundancia. Nos lo tomamos con toda la calma, “saboreando” las postales que nos ofrecían estas montañas a medida que avanzábamos, parando mucho para tratar de capturar un poco de tanta belleza en nuestra lente, y en cierto punto logramos ver la cumbre del Aconcagua, la montaña más alta de América con casi 7 mil metros.
El viento y la arena nos azotaron tan fuerte en un tramo de la Panamericana Sur de Perú que incluso quedaron huellas en nuestras motos.
Argentina nos regaló buenos momentos desde el primer instante, en Mendoza encontramos un hostal muy agradable donde estuvimos varios días, sacando tiempo para consentir un poco las motos, cambiarles aceite y dejarlas listas para continuar la ruta. Allí también conocimos a Ericka y Thomas, una pareja de motoviajeros alemanes, con los que surgió una buena amistad que nos permitió compartir buenos momentos en esta bella ciudad y donde aprovechamos para aprender un poco de la cultura del vino y para apuntarnos a una cabalgata al atardecer.
Nos esperaban unas rutas excelentes, el cañón del río Atuel fue la primera donde nos dimos gusto rodando en “ripio” que es como los argentinos le llaman a las vías sin asfalto y luego por recomendación de nuestros amigos alemanes, nos fuimos a conocer un lugar en Los Andes llamado Valle Hermoso. Con sus indicaciones llegamos fácilmente y efectivamente era muy hermoso, pero al ver que el camino de tierra continuaba por las montañas no resistimos la tentación y nos adentramos unos kilómetros, cada vez el paisaje se hacía más espectacular, las montañas fueron tomando formas y colores imposibles de describir con palabras, parecíamos inmersos en otro planeta, pero mientras avanzábamos el cielo comenzó a llenarse de nubes oscuras que nos hicieron desistir, pues no sabíamos hacia dónde íbamos, no teníamos nada de provisiones para hacer camping y pensar en la lluvia con el frío de esas montañas andinas no parecía buen plan. En eso sentimos el sonido de un motor, era una camioneta a la que le hicimos señas para que se detuviera. Nos enteramos que el verdadero Valle Hermoso estaba 25km más adelante, que allí había un camping donde encontraríamos lo esencial y cuando les preguntamos si valía la pena ir nos dijeron “todavía no han visto nada”.
Esas palabras bastaron para que prendiéramos nuestras motos y continuáramos por esa angosta carretera que cada vez se fue poniendo mejor, cada curva del camino nos dejaba ver un paisaje más increíble que el anterior, difícilmente podíamos avanzar 500 metros sin vernos obligados a parar varias veces para contemplar las postales que aparecían ante nuestros ojos, hicimos infinidad de fotos, videos, queríamos atrapar al menos una pizca de tanta belleza en nuestras cámaras y en la memoria, por momentos nos sentíamos como si estuviéramos rodando en los Himalayas, las montañas que inspiraron nuestras motos y para ellas parecía igual, pues se sentían en su terreno natural, era delicioso llevarlas por esa estrecha vía de tierra dibujando los contornos de aquellas hermosas y desoladas montañas. En un punto determinado, cuando pensábamos que ya lo habíamos visto todo, tomamos una curva a la izquierda y de la nada se abrió ante nuestros ojos el verdadero Valle Hermoso. Quedamos atónitos, la vista hacía honor al nombre. Un valle rodeado de montañas preciosas, cada una diferente a la otra en todo, texturas, colores y formas, era como entrar a una enciclopedia de geología, o como estar en medio de una obra de arte moldeada por el paso del tiempo y los elementos.
Lo que inicialmente sería solo un lugar de paso se transformó en varias noches de camping a la orilla de una laguna cristalina, disfrutamos de la paz absoluta de este lugar, de sus noches estrelladas, caminamos, también hicimos amigos, compartimos asados como lo manda la tradición argentina, comimos trucha fresca acabada de pescar y nos desconectamos del mundo, salimos de allí recargados de energía para continuar nuestro viaje. No nos imaginábamos lo que nos traería el camino al día siguiente, pero de eso les contaremos en la segunda parte.
Irbis y Luna
Quienes han estado siguiendo nuestros relatos en Facebook saben que así fue como bautizamos nuestras motos. Irbis que es la leopardo de las nieves de Eli y Luna mi aventurera blanca.
Salir a este largo viaje con la Himalayan 400, una moto nueva en el mercado, que además es totalmente desconocida fuera de las fronteras de Colombia se veía como algo arriesgado, pero tras haberla probado el año pasado en las cumbres de India que le dieron su nombre y ver que se trata de una moto de mecánica simple y robusta, sin ninguna complejidad electrónica y con un diseño muy apropiado para viajar por todo tipo de terrenos, sentimos gran confianza para aventurarnos con ellas a recorrer un buen pedazo de nuestro continente y hasta ahora, cuando llevamos 10.000km, ellas se han portado a la altura, siendo las compañeras ideales para nuestro estilo de viaje, cómodas en largas jornadas, de bajo consumo (100km/g), capaces de mantener ritmos de 80 a 100km/h fácilmente, con un margen extra para cuando sea necesario, muy divertidas y fáciles de manejar con todo el equipaje que llevamos a cuestas, incluso en carreteras en mal estado o sin asfalto, que son su terreno por naturaleza, donde brillan las suspensiones y el chasis, que parecen haber sido diseñados para un motor mucho más potente, de ahí que su estabilidad en curvas o en suelos irregulares sea excelente.
Hasta este punto del viaje las motos van funcionando como el día en que salimos. Hicimos el primer cambio de aceite a los 9.000km, usando un lubricante sintético que Royal Enfield recomienda para 10 mil km. Los filtros de aire (que son de papel) los hemos limpiado en dos oportunidades y vemos que aún les queda bastante vida, al igual que a nuestros kit de arrastre que vamos lubricando religiosamente, cada 500km o menos, dependiendo de las condiciones de la ruta con un aceite especial llamado Cadenoil de Eduardoño y gracias a ello hasta el momento no hemos tenido que ajustarlas y se ven en muy buen estado, tanto las cadenas como los piñones y sprockets, por lo que creemos que nos van a durar muchísimos kilómetros más.
Salvo por los asientos que fueron modificados en Moto Style Medellín y por un elevador de manubrios de Mastech, las motos son totalmente originales, estos dos pequeños cambios se hicieron para tener una postura más confortable pensando en las largas jornadas que nos esperaban y han funcionado de maravilla, pues en etapas de muchas horas las motos se muestran muy amigables con el cuerpo, inclusive en zonas donde hemos sido azotados por fuertes vientos o en carreteras de tierra.
Si en este punto pudiéramos mejorarle algo más a nuestras motos lo que haríamos sería poner una base más ancha en el gato lateral para que éste no se entierre en suelos blandos, colocar un faro de mayor potencia, porque el que trae nos parece algo justo para rodar en la noche y le añadiríamos un sistema de arranque a patada (como lo traen los otros modelos de la marca). Esto puede sonar un poco extraño, siendo un aditamento que ya pasó a la historia en la mayoría de las motos, pero dado el carácter aventurero y básico de la Himalayan, tener la posibilidad de prenderla con el pie podría ser una gran ventaja en muchos momentos para cuidar de la batería, aspecto que es vital en viajes de larga distancia como el nuestro.
El equipamiento de Irbis y Luna
Al igual que las motos, los accesorios que llevamos han probado su calidad en esta primera parte del viaje, los soportes y las maletas de Mastech han aguantado golpes, caídas, carreteras en mal estado y van como si nada, además su impermeabilidad fue puesta a prueba en Ecuador bajo fuertes aguaceros y ni una gota llegó al interior. En Luna instalamos la última versión de las maletas Freedom, que mezclan una estructura de aluminio, con bases y tapas construidas en kevlar y fibra de carbono, combinación que las hace más livianas sin perder resistencia. Mientras que Irbis fue equipada con las maletas Traveler, que son 100% de aluminio, siendo un poco más pesadas pero también más sólidas y resistentes, algo que hemos corroborado luego de que han soportado varias caídas con la moto parada y un fuerte golpe contra un carro cuando llegábamos a la ciudad de Chimbote en Perú, siendo el único incidente de todo el viaje, que por suerte no pasó de un susto. Es indiscutible que las motos pierden versatilidad al rodar entre el tráfico cuando se usan maletas laterales, pero es un precio pequeño que se paga a cambio de tener buen espacio de carga y de llevar el equipaje seguro, además hemos comprobado que unas maletas y unos soportes tan sólidos como los que llevamos se convierten en unos protectores en caso de caída, tanto para nosotros como para las motos.
Nuestras maletas ya tienen algunas «cicatrices» pero han soportado muy bien los golpes.
Otro accesorio que ha sido de gran ayuda son las luces LED de FireParts con soportes Mastech. Algunas veces las jornadas se nos han alargado más allá de lo que quisiéramos y nos han servido para tener una mejor visibilidad en la noche. También llevamos unas defensas de motor y un protector para el radiador de aceite, dos elementos que desarrolló Mastech especialmente para la Himalayan y que nos dan mucha tranquilidad, especialmente al rodar en destapado y por último están los “handsaver” con estructura de aluminio de FullMoto, que son un elemento casi obligado para proteger un poco del frío, resguardar las manos y para salvar las levas de freno y clutch en caso de golpear algo o en una caída.
Revisando a Irbis después de que se apagara llegando a Mejillones, poco después prendió como si nada.
El desierto del Atacama al norte de Chile nos puso a prueba con sus vientos y con sus rectas infinitas.
Por último, en nuestras motos reemplazamos las pastillas de freno originales por unas sinterizadas de la marca Brake Force, buscando con ello no solo mejorar un poco la frenada, que ya es bastante buena con el material de fábrica, sino también la duración de los frenos, gracias a que el material sinterizado ofrece una mayor vida útil y posiblemente esto nos permita realizar todo el recorrido sin tener que cambiarlas, considerando que tras 10.000km vemos que tienen más del 80% de vida útil. También colocamos llantas Metzeler Enduro 3 que son ideales para rodar en todos los terrenos y neumáticos “Heavy Duty” de pared gruesa para evitar al máximo los pinchazos. Las primeras se van comportando perfecto y han aguantado muy bien esta primera parte del viaje, mostrando un desgaste que nos hace pensar que las delanteras van a pasar de los 20.000km, mientras que las traseras durarán unos 15 mil o tal vez un poco más. Y por el lado de los pinchazos aún estamos invictos.
Para terminar, no está de más mencionar que antes de arrancar tuvimos la precaución de realizar una revisión detallada a las motos y un alistamiento para viaje que fue realizado en el taller MotoBox de Medellín, donde tienen bastante experiencia en la materia. Se lubricaron muy bien la dirección y la suspensión trasera, también se reemplazaron los líquidos de frenos y el fluido hidráulico de la suspensión delantera, usando grasas y lubricantes de altas especificaciones de la marca Motorex. Al momento de partir nuestras motos ya tenían más de 4 mil km y por ello nos pareció importante arrancar sabiendo que todo estaba en óptimas condiciones.
Nuestro equipamiento
Hablando de nosotros, vamos protegidos por chaquetas de la marca Dainese, se trata de unas prendas livianas y frescas, pero equipadas con protectores muy robustos, que nos acompañan desde tiempo atrás y con las que nos sentimos muy cómodos. Para casos de frío o lluvia usamos diferentes capas que vamos adicionando debajo o sobre la chaqueta y de esa manera nos vamos adaptando a los cambios de clima. Nuestros cascos son dos AGV, livianos, cuentan con doble visor, detalle que se agradece mucho, también es importante la comodidad que ofrecen y que vienen preparados para instalar los intercomunicadores Sena Bluetooth SH10, que son un aditamento que nos ha servido demasiado para hacer mucho más agradable y segura la ruta, gracias a que contamos con una comunicación de muy buena calidad, con buen alcance, también con la posibilidad de escuchar música y con una batería para más de 12 horas de uso continuo.
Texto: JCP – Fotos: JCP – Eli Vásquez
El verde en medio del desierto, esto es en la desembocadura del río Ocoña en Perú.
El parque natural Paracas, también en Perú, nos obsequió caminos y paisajes como de enmarcar.
En Mendoza, Argentina es obligatorio ir a visitar los viñedos.
Cruzando Los Andes por el Paso de los Libertadores, rumbo a Mendoza nos encontramos con el imponente Aconcagua. La montaña más alta de América.
Valle Hermoso en toda su magnitud, uno de los mejores descubrimientos del viaje.
Aquí algunos pacientes de Eli esperando para ser revisados.
Con los nuevos amigos que conocimos en Valle Hermoso.
Un espectacular atardecer en el desierto de Sechura, Perú.
Nuestro camping en La Serena, Chile.
La carretera que une a Santiago de Chile con Mendoza cruzando las altas cumbres de Los Andes es impresionante.
Este «túnel» verde nos lo encontramos camino a San Rafael, Argentina.
Aquí Eli comenzando a descubrir y el camino a Valle Hermoso en el terreno favorito de la Himalayan.
5 comentarios
Muy amenos los artículos, y producen envidia de la buena; son conocimientos, vivencias y anécdotas únicas. Felicitaciones y que Dios los siga acompañando. Un saludo.
Hola, que artículo tan entretenido, cada vez que leo sobre este tipo de viajes me dan mas ganas de intentarlo. Quiero saber ¿cómo les fue con las motos? Si definitivamente vale la pena comprar una Himalayan para hacer el viaje y si creen que es posible hacerlo sin sufrir demasiado en una moto mas económica, ya que posible si es recordando el viaje del compatriota en su Yamaha Bws 125 https://bitacoradelmotoneto.com/menu otra gran historía para leer.
Si tienen más fotos y pueden montar una galería sería genial.
Saludos, gracias por este buen post.
Hola Alejandro, el viaje aún no ha terminado, en esta página puedes encontrar más notas sobre su recorrido y sobre las motos, en la barra lateral izquierda, además puedes ver más fotos y videos en su facebook https://www.facebook.com/Pasaportealsur/
Excelente relato del viaje. Como los envidio.
Gracias, sabemos que tú también tienes tus historias de viaje.