En el aeropuerto de Cali nos aguarda un hangar repleto de juguetes listos para poner a volar la imaginación de todos los amantes de los hierros y los motores, el Museo del Transporte.
Ocurre en ocasiones, que te topas con lugares fantásticos, arrancados a la imaginación y construidos con la pasión que se siente por las cosas que le dan a la vida un sentido, un propósito. Sitos donde a cada paso que das, retrocedes en el tiempo y regresas a los días de infancia, en los que con plena excitación, vibrabas al ver un auto nuevo o cada que escuchabas el bramar de una moto, días en los que volabas junto a los pilotos de las aeronaves que surcaban los cielos y en los que invertías buena parte del tiempo inmerso en sencillas pero entrañables historias montadas en los juguetes a escala que aún hoy, recuerdas con nostalgia y una ligera sonrisa.
Esto es lo que sucede cuando se pone un pie en el Museo del Transporte y nos encontramos de frente con una impresionante locomotora Baldwin construida en Filadelfia (EE.UU.) en 1928 y reconstruida por las manos febriles de la gente del Museo, tras ella, aguardan pacientemente en fila otras dos de estas mastodónticas máquinas que son testigos mudos de un pasado glorioso en el que sobre sus lomos se apoyaba la economía de nuestro país. Al cruzar la puerta nos internamos en un hangar atestado de juguetes a escala real.
Haciendo memoria
Desde la puerta abro mis manos y la perspectiva me hace creer que podría elevar al glorioso DC-3 que domina la vista, y entonces cuando voy a proceder, una exclamación me obliga a girar la cabeza para encontrarme de frente con un fórmula Van Diemen, nada menos que el utilizado por Juan Pablo Montoya cuando empezaba a pisarle los callos a los veteranos del automovilismo nacional (algunos pudimos verlo) y cuando aún se le podía hablar al topárselo de frente en Tocancipá.
Continuamos el recorrido, damos dos pasos y nos encontramos con antiguos coches halados por caballos con sus interiores finamente tapizados, vemos hermosos automóviles que otrora prestaran sus servicios a sus orgullosos dueños y muchos más que fueron símbolo de la opulencia y distinción social de quienes entonces fueran sus propietarios, Ford T de 1921, Lincoln Continental del 46 con motor de 12 cilindros en línea y 130hp, Porsche Speedster del 56 y un curioso y minúsculo BMW Isetta del 57 con una única puerta delantera. Y la lista se prolonga con muchos mas modelos entre los que se encuentran impecablemente restaurados varios surtidores de gasolina que funcionaron en el valle en distintas épocas.
Estamos en el paraíso
No sabemos exactamente hacia dónde mirar, nuestros ojos van de un lado para otro en un baile frenético, tratando de captar el máximo de detalles. Encontramos la colección de motos, viejas BMW, ABS, Norton y Harley, hay incluso máquinas de carreras que compitieron en carreras nacionales hace ya décadas, y ni qué decir de la colección de aviones que duermen en este hangar, un Boeing Stearman de 1939, el imponente DC-3, un helicóptero Bell HU, de aquellos que volaron tantas horas sobre el fuego enemigo de los vietnamitas allá en los sesenta, y que hasta la fecha siguen aún en pie, soportando los embates de la artillería de las guerrillas colombianas; un poco más adelante nos encontramos a otro veterano de guerra, un AT6 D Texan de color amarillo, viejo avión de combate que supo sobrevivir a la II Guerra Mundial y que aún hoy está listo para volar; una sorpresa (¡otra!), en el aire, a medio camino entre el cielo y la tierra, una réplica del aeroplano utilizado por los hermanos Wright en Kitty Hawk, deja ver su esqueleto para recordarnos que los grandes sueños se hacen realidad partiendo de conceptos simples.
Pero el Museo del Transporte no está lleno sólo de juguetes de verdad, una completa exhibición con casi 1600 modelos a escala terminará de dar alas a nuestra imaginación para embarcarnos en un viaje por tierra, mar y aire, acompañando a los pelotones de artillería que a pie conquistaban vastos imperios y a las unidades de tanques aliados que liberaron a Europa, navegando en buques colosales o sumergidos en submarinos con motores Diesel; volando en las aeronaves de SCADTA o rozando las rodillas a bordo de las 500 2T de Rainey y Lawson en algún mítico circuito.
Pero déjenme decirles que nada de lo visto hasta este momento nos habrá preparado para lo que nos espera en el “cuarto oscuro” del Museo: donde la luz nos pone en medio de un increíble mundo a escala, una maqueta de casi 450m2, réplica del Ferrocarril de Pennsylvania de los cincuenta. Luego del primer impacto que supone la vista de este gigantesco diorama, se necesitan horas para reparar en cada pequeño detalle (los gatos en el tejado, la playa nudista y las Vespa que ruedan por ahí, por mencionar sólo unos pocos) que reflejan la meticulosidad, pero sobre todo el cariño y la dedicación que por siete años le han puesto estas personas a su construcción, a la que aún le faltan, con palabras de un optimista, unos tres años más para quedar completamente terminada.
Y es que en el Museo del Transporte todo está hecho así, con dedicación y amor, eso se percibe en cada rincón, en el taller de modelismo, en la biblioteca, en la colección de 25.000 estampillas y en las expresiones de cada una de las personas que hacen parte de esta organización y que son en últimas el verdadero motor de este lugar maravilloso.
¿Cómo se llega al museo?
El Museo del Transporte, que por cierto, es el único en el país, se encuentra en la zona franca de Palmaseca junto al Aeropuerto Alfonso Bonilla. Está abierto de lunes a viernes de 8am a 4pm y los sábados, domingos y festivos de 10am a 5pm. Para obtener más información visita la página www.museodetransporte.org
Donaciones: En la biblioteca del Museo se recibe todo tipo de material relativo a los motores, (en buen estado), bien sean manuales, catálogos, revistas o cualquier otro tipo de publicación. Si tienes algo en tus manos que quieras compartir, comunícate con el Museo a los teléfonos que aparecen más arriba.