Salimos temprano, era 26 de diciembre y el momento que tanto habíamos estado esperando, por fin llegaba. En una estación de gasolina al sur de Medellín nos encontramos poco antes de las seis y tras llenar los tanques partimos rumbo a Popayán. Nos esperaban más de quinientos kilómetros ese día y mientras dejábamos atrás los últimos rezagos de la ciudad y nos adentrábamos en las montañas, muchos pensamientos se paseaban por mi cabeza y estaba seguro que lo mismo les sucedía a mis compañeros de viaje, por un lado estaba la incertidumbre de no haber olvidado nada, eran tantas cosas las que debíamos empacar, que lo más probable era haber pasado por alto algún pequeño detalle y sólo esperaba que no fuera nada importante. También pensaba en la moto y aunque tenía claro que la había preparado a conciencia, saber que nos esperaban 18 días de viaje, con largas jornadas y todo tipo de carreteras de las que sólo teníamos referencias, me daba suficientes razones para preocuparme un poco. Aunque no todo eran malas energías y también sentía la emoción que produce una aventura que comienza y me alegraba saber que después de tanto tiempo deseando hacer este viaje y de muchos intentos fracasados, había llegado la hora de hacerlo realidad.
Aquí se aprecia un paisaje del hermoso, caliente y solitario Valle del Patía, en la ruta entre Popayán y Pasto.
Nuestro destino era Ecuador y el objetivo recorrer gran parte de este vecino país, bajando por toda la cordillera, que ellos llaman la sierra, para buscar luego la costa y subir bordeando el pacífico hasta algún punto que todavía no teníamos claro y desde donde buscaríamos el camino de regreso. Nuestro plan se había elaborado con la ayuda de Ricardo Rocco, un motociclista ecuatoriano que habíamos conocido tiempo atrás mientras cruzaba Colombia en una Yamaha Súper Ténéré, con la que estaba terminando de dar la vuelta a todo Suramérica. Gracias a su ayuda, habíamos podido elaborar un plan de viaje con buena información sobre distancias, estado de las carreteras, lugares de interés y también un presupuesto acorde a la realidad actual de este país, donde el todopoderoso dólar mando al sucre al olvido, dejando para el recuerdo aquella época en la que los colombianos se veían por montones en temporada de vacaciones y regresaban cargados de chaquetas de cuero y demás artículos que se conseguían a muy bajo precio y que luego revendían con buenos dividendos.
Comenzando a subir a Pasto se cruza el puente del río Juanambú, el más impresionante de todo el viaje.
El clima parecía estar de nuestro lado, al menos en la primera etapa, y con la compañía de un radiante sol y un cielo despejado, las primeras horas del día nos rindieron bastante y muy pronto llegamos a Pereira, por unas carreteras que en la zona cafetera cada vez están mejores al igual que en el Valle, donde gran parte de la vía tiene cuatro carriles y amplios separadores lo que permite mantener un ritmo constante todo el tiempo y así en un par de horas estábamos cruzando Palmira, donde tomamos un desvío para salir directo hacia el Cauca, evitando el paso por Cali. El último tramo de la jornada fue el más delicioso, lleno de curvas de todo tipo, con ascensos y descensos que nos hicieron olvidar las interminables rectas que dejábamos atrás y que nos permitieron disfrutar al máximo sobre las motos, hasta que llegamos a Popayán a mitad de la tarde.
No tardamos mucho en encontrar un hotel agradable y económico en pleno parque principal, justo en la zona más hermosa de esta ciudad que conserva intacta su arquitectura colonial, con sus elegantes casonas pintadas de blanco e imponentes edificios que siguen desafiando el paso del tiempo y que más tarde pudimos recorrer con toda la calma, en una larga caminada que nos mandó a la cama, después de comer y charlar un poco sobre las incidencias del día.
Estas son algunas de las increíbles esculturas que han hecho famoso al cementerio Tulcán.
El grupo estaba conformado por Carlos que viajaba sobre su incansable Suzuki DR 250 que tiene una historia curiosa, pues la compró en el 82, para hacer un viaje al Ecuador que por alguna razón nunca se llevo a cabo y que finalmente 20 años después pudo realizar. En otra máquina veterana viajaba Hector, pues se trataba de una Honda XL 500 del año 81 que se mantiene en perfectas condiciones y por último estábamos nosotros, me refiero a mi esposa y a mí, junto a nuestra Suzuki 650 que era la más joven de las tres máquinas.
Desde antes de salir habíamos acordado que mantendríamos un ritmo muy prudente, evitando al máximo rodar de noche y dejando de lado cualquier tipo de afán innecesario, pues la idea era disfrutar del viaje relajadamente, sin abusar de la mecánica y minimizando en lo posible los riesgos, ya que la idea era regresar intactos a casa.
Nuestro primer peaje en carreteras ecuatorianas. La tarifa es de 5 centavos de dólar para las motos. Fue tanta la novedad que decidimos parar y hacer una foto.
Nuestra segunda etapa comenzó muy temprano y tras un delicioso baño procedimos a empacar para montar todo en las motos, una labor que al principio fue algo engorrosa, pero que con los días se convirtió en toda una rutina que se hacía en pocos minutos. Luego de esto enfilábamos nuestras máquinas rumbo a Pasto, de nuevo acompañados por un cielo despejado que presagiaba otro día de esos en los que uno siente la necesidad de subirse en la moto y salir a la carretera. El plan del día era llegar hasta Tulcán, al otro lado de la frontera y nos tomamos con toda calma los casi 400km que teníamos por delante, pues para todos esta era una carretera nueva y ante nuestros ojos se abrían magníficos paisajes que en muchas oportunidades nos obligaron a detenernos para poder saborearlos con toda la calma. Nos llamó bastante la atención el valle del Patía, donde el calor hacía casi insoportable permanecer en un mismo sitio, pero lo más impactante fue el ascenso a Pasto, por una carretera que serpentea en el filo de un precipicio que parece no tener fondo y que cruza algunos de los puentes más impresionantes que haya visto, para finalmente llegar a una especie de planicie donde el paisaje cambia de golpe y el frío comienza a sentirse con mayor intensidad. En Pasto almorzamos, llenamos los tanques de las motos con la gasolina más barata de todo el viaje y seguimos nuestro camino hacia Ipiales, contemplando los hermosos cultivos que le dan color a las montañas, a manera de pequeños retazos perfectamente delineados que para el ojo de un citadino se transforman en una obra de arte confeccionada con el arduo y poco valorado trabajo del campesino.
Lo último que esperábamos ver en el fondo del cráter del volcán Pululahua era un hermoso valle cultivado.
El cruce de la frontera fue mucho más fácil de lo que pensábamos y en menos de 20 minutos ya estábamos legalmente en el Ecuador y sólo nos faltaban un par de kilómetros hasta Tulcán, donde llegamos directo al cementerio, que es famoso por sus esculturas realizadas en pino, con tanta perfección que se queda uno sin palabras. Después nos fuimos a conseguir hotel y en la noche tras caminar un poco comprobamos que no había mayores atractivos en este pueblo fronterizo de agitado comercio, por eso optamos por quedarnos en una tienda degustando la cerveza Pilsener, famosa por su tamaño que equivale a tres de las nuestras y que por 50 centavos de dólar, unos $1.400 resultaba regalada.
El monumento de la Mitad del Mundo, una foto que no puede faltar si se viaja a Quito.
Quito era nuestro siguiente destino y nos levantamos con ganas de arrancar lo más rápido posible, ante nosotros estaba un nuevo país y la emoción de comenzar a descubrirlo sobre nuestras motos era evidente. Los primeros kilómetros del día transcurrieron por una vía amplia sin terminar de asfaltar, en medio de un paisaje muy similar al de Nariño. Todo iba muy bien hasta que llegamos al primer retén de la policía, donde varios oficiales algo malencarados nos pidieron los documentos, requisaron nuestro equipaje y por último revisaron que nuestro dinero no fuera falso, por suerte todo estaba bien y nos dejaron continuar después de charlar un poco con nosotros y darnos varias recomendaciones en un tono mucho más amigable y cordial.
Hablando de Quito, aqui se aprecia el centro histórico de esta hermosa ciudad.
Muy rápido el paisaje cambió drásticamente a medida que descendíamos y de la tierra fértil y verde, pasamos a unas áridas montañas que encerraban un valle de un tono verde exuberante, con grandes cultivos semejando un oasis en mitad del desierto, pero esta hermosa postal se fue desvaneciendo a medida que ascendíamos nuevamente hacia Ibarra, pasando antes por la laguna de Yahuarcocha, también conocida como el Lago de Sangre, pues según la historia, los defensores del reino de Quito, derramaron su sangre en ella. Actualmente se encuentra un autodromo que bordea el lago y que por 20 centavos pudimos recorrer.
Esta hermosa construcción es la casa presidencial.
Seguimos el camino, pasando por Ibarra y desviándonos hacia Cotacachi, poblado que vive del comercio de artículos de cuero y de allí subimos a conocer el Cuicocha, un lago de aguas color azul turquesa, que se puede recorrer en lancha rodeando dos islas que tiene en su interior. Luego retomamos la vía panamericana, que ya se encontraba en perfecto estado y avanzamos hasta Otavalo, donde vimos bastantes indígenas, con sus atuendos de colores fuertes y casi todas las mujeres llevando bebes en sus espaldas, cosa que nos llamó bastante la atención.
El camino siguió por Cayambe, poblado que toma su nombre de un volcán nevado que ya habíamos podido ver a lo lejos en la mañana. La carretera era impecable, con deliciosas curvas de amplio radio que se podían tomar sin mermar el ritmo y en ella nos encontramos el primer peaje en el que pagamos 5 centavos de dólar, unos 140 pesos, lo que resulto toda una novedad.
Visitar de noche el centro de Quito es como transportarse en el tiempo.
Quito es una gran ciudad, la segunda más alta de América, esparcida en las laderas del volcán Pichincha y por el frío nos pareció muy similar a Bogotá, allí llegamos al final de la tarde y no fue difícil encontrar el hotel que nos había recomendado Ricardo. Después de descansar un poco, decidimos coger un bus para ir al centro histórico de la ciudad, pero una mala información hizo que nos bajáramos en el lugar equivocado y siguiendo las sugerencias de una señora, optamos por regresar al hotel en taxi y cerrar el día con una deliciosa carne en un restaurante argentino, acompañada con la cerveza local.
El día siguiente salimos temprano a conocer la Ciudad Mitad del Mundo, un sitio de visita obligada cerca de Quito, donde pasamos casi toda la mañana, pero antes estuvimos en el cráter del volcán Pululahua, en cuyo interior apagado hace más de mil años, se formó un pequeño valle que ahora se encuentra totalmente cultivado, formando un paisaje que parece extraído del libro del señor de los anillos. En la tarde, de nuevo en Quito, nos dedicamos a caminar por una gran avenida, con modernos edificios y centros comerciales, en una zona muy agradable de la ciudad y al llegar la noche, con mejor información, nos subimos al Trole, que es muy parecido al Transmilenio y en medio de un mar de gente apeñuscada, logramos llegar al centro histórico y nos dimos gusto caminando entre hermosas edificaciones, monumentales iglesias y callejones empedrados, que guardaban todo el encanto y la elegancia de otras épocas, incluso los guardias de la casa presidencial, nos mostraron parte del edificio, algo que aquí sería impensable.
Este Ángel cuida a Quito desde la cima del cerro El Panecillo.
Nuestro tiempo en la capital se terminaba mientras salíamos hacia Baños, un poblado muy turístico que sería nuestro próximo destino a 180km, pero no quisimos dejar Quito, sin antes subir al cerro El Panecillo ubicado en medio de la ciudad, desde donde apreciamos gran parte de ésta y gracias a un cielo despejado pudimos ver el Cotopaxi dominando el horizonte, otro gigante de fuego que nos señalaba el camino hacia el sur con su cima cubierta de nieve.
Hasta este punto las motos no se habían quejado para nada y el único cuidado que recibían era un poco de lubricante de cadenas al final de cada jornada, una inspección del aceite y un repaso visual en las mañanas, para comprobar que todo estuviera en su sitio. Por otra parte nosotros habíamos soportado sin mayor problema las largas etapas y con los hoteles y la comida no habíamos tenido ningún problema, en pocas palabras todo marchaba a la perfección.
Saliendo de Quito pudimos ver el Cotopaxi con su cráter cubierto de nieve.
Poco antes de llegar, mientras descansábamos un poco, una nube se movió por un instante y nos dejó ver otro cráter justo al frente nuestro, se trataba del Tungurahua, uno de los volcanes más activos del país, que hace un par de años tuvo una gran erupción que cubrió parte de Baños. Más adelante descendimos por un cañón y cuando nos acercábamos a la parte más baja una fuerte ráfaga de viento nos sacudió de un lado al otro de la vía, esto nos tomó por sorpresa y al tiempo que pasábamos el susto, mermábamos el ritmo para evitar una caída. Tan fuerte era el viento que al golpear en una de las paredes resecas del cañón, levantaba nubes de polvo, haciendo caer pequeños derrumbes en un espectáculo increíble que nos dejó asombrados.
El viento era tan fuerte llegando a Baños que al golpear en las paredes resecas de un acantilado, levantaba grandes nubes de polvo erosionándolas en cámara rápida.
Ya instalados en Baños, salimos a recorrer el pueblo y visitamos su iglesia donde se venera con gran devoción a la Virgen de Baños de Agua Santa, y contemplamos con asombro las grandes pinturas que decoran todo el templo, plasmando algunos de sus milagros. En la tarde nos fuimos a conocer un salto de agua llamado el Pailón del Diablo al que llegamos después de recorrer un buen trayecto de carretera destapada en el que cruzamos dos túneles sumidos en la más profunda tiniebla, después nos toco dejar las motos y descender a pie unos dos kilómetros, hasta que por fin llegamos a un pequeño balcón pegado a una gran roca, justo donde el agua caía con toda su fuerza, produciendo un estruendo ensordecedor, y un poco más abajo cruzamos un puente colgante, estilo Indiana Jones, desde donde podía verse en toda su magnitud la gran caída de agua y como ya se estaba oscureciendo decidimos regresar y más tarde estábamos de nuevo en el pueblo cerrando la inolvidable jornada con unas deliciosas hamburguesas.
Camino a Baños pudimos disfrutar de esta impecable carretera de 4 carrilles, aunque no fue la única.
El 31 de diciembre comenzó muy bien, el plan era llegar a Cuenca que estaba a unos 320km, donde recibiríamos el 2003. El clima seguía siendo soleado y el primer tramo transcurrió sin novedades, pero pronto comenzamos a ver gente disfrazada pidiendo plata para el año viejo y con grandes varas se las ingeniaban para detener el tráfico, al principio esto nos pareció divertido, pero pronto se hicieron más frecuentes estos “retenes” y en las zonas más pobladas había uno cada 100 metros, retrasándonos bastante, pero lo peor llego en la tarde cuando entramos en una zona cubierta de espesa neblina, que obligaba a abrir el casco para poder ver algo y cuando menos lo esperábamos ahí estaba un tronco atravesado y la gente pasada de tragos, con palos, cadenas y hasta machetes pidiendo plata de forma cada vez más agresiva, por lo que la única opción era pasar de cualquier forma, pues de lo contrario amenazaban con cortar las llantas, como nos dijeron en uno de ellos y en otro golpearon a mi esposa con un palo, por suerte fue en el casco y nos arrojaron un pedazo de cadena que nos paso rozando. Ese día sentimos un gran alivio, cuando llegamos a Cuenca al final de la tarde y juramos que nunca volveríamos a montar en moto un 31 de diciembre en Ecuador.
El Manto de la Novia, así se llama esta hermosa caída de agua, en el camino al «Palión del Diablo», cerca a Baños.
Ya más relajados estuvimos caminando por las angostas calles empedradas del centro de Cuenca, descubriendo una riqueza arquitectónica que se conserva en impecable estado y terminamos el año en medio de una fiesta en la calle, que incluyó la quema de dos muñecos, que en vez de pólvora tenían los rostros del presidente saliente y del electo, pues la costumbre en el Ecuador es quemar a esos personajes que la no se quiere volver a ver y en esto los políticos siempre llevan la delantera.
Al día siguiente estuvimos recorriendo la ciudad con toda la calma, visitamos su catedral de dimensiones monumentales donde el mármol que cubre todo el interior y el oro que baña su altar, hablan de una gran riqueza en la región, también subimos a un mirador desde donde pudimos ver gran parte de Cuenca y recorrimos sus avenidas que bordean los ríos Yanuncay y Tomebamba que descienden cristalinos, con impecables prados en las orillas y bastantes árboles donde muchas personas disfrutaban el sol de esa mañana. De ahí nos fuimos a conocer el parque nacional Cajas, que es un hermoso páramo a una hora de Cuenca, que tiene 232 lagunas identificadas y cantidad de riachuelos y cascadas que caen de la montaña, formando un paisaje mágico, que todo adjetivo se queda corto para describirlo.
Cuenca encierra grandes riquezas, una de ellas es la arquitectónica.
Dejar Cuenca y todos sus encantos nos dio algo de tristeza, pero el viaje continuaba y teníamos por delante bastantes kilómetros que nos llevarían a la costa, a unas tierras completamente diferentes donde el mar sería el protagonista, dejando atrás el sendero de volcanes que había marcado nuestro camino hasta ese momento.
En un páramo cerca a Cuenca se encuentra el parque Cajas, un bello paraje de los Andes Ecuatorianos donde muchas lagunas dan vida a innumerables ríos.
Un vistazo a Cuenca desde lo alto, una ciudad llena de encantos que fue nuestro último destino en «La Sierra».
Edición 38
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