Sí se quedaron sin leer la primera parte de esta aventura en moto por Eduador, sólo tienen que hacer un click aquí, para ir directamente a la primera parte de este relato, llamada Sendero de Volcanes.
El 2 de enero partimos temprano de Cuenca, apenas 7 días habían transcurrido desde que salimos de Medellín y ya se terminaba la primera parte de nuestro viaje, al menos esa era la sensación que nos quedaba al comenzar el largo descenso hacia la costa. En el recuerdo quedaban lugares de gran riqueza y un sin fin de hermosos paisajes de Los Andes ecuatorianos enmarcados por carreteras que serpenteaban deliciosamente entre las montañas.
Nuestro siguiente destino no estaba muy claro todavía y las primeras horas de la mañana transcurrieron en medio de un largo descenso de más de 150km que comenzó en las frías cumbres que rodean a Cuenca, pero a medida que avanzábamos el color verde que nos rodeaba se fue desvaneciendo y de un momento a otro nos vimos inmersos en un árido paisaje en medio de la nada, en una carretera completamente solitaria, rodeada de laderas resecas desde donde sobresalían grandes peñascos que parecían hacer equilibrio mientras amenazaban con caernos encima. Así, en medio de este impresionante paisaje seguimos descendiendo con mucho cuidado, tratando de evitar la gran cantidad de piedras y pequeños derrumbes que nos encontrábamos a cada paso y rezando para que no fuera a cruzarse en nuestro camino ningún camión pesado que pudiera hacer temblar un poco la tierra, pues nos daba la sensación de que el más leve movimiento sería suficiente para desprender alguna roca de las laderas que nos rodeaban.
Aquí pueden verse las montañas desérticas bajando de Cuenca y nuestra primera foto junto al mar en Machala.
El panorama cambio nuevamente de golpe y los últimos kilómetros del descenso transcurrieron en medio de una espesa vegetación tropical, con bastantes árboles frutales y cultivos de cacao que muy pronto dieron paso a una gran llanura donde la carretera se volvió una recta infinita rodeada de cultivos de banano que en un principio fue divertida por lo novedoso del paisaje, pero después de muchos kilómetros viendo exactamente el mismo panorama ya no nos pareció tan divertida y nos concentramos en mantener un buen ritmo para llegar a Machala, un puerto cercano a la frontera con el Perú al que arribamos antes de medio día y donde tuvimos nuestro primer contacto con el Océano Pacífico, justo en el lugar más al sur de todo el viaje y a pocos kilómetros de la frontera con el Perú.
Después de descansar un rato cerca al puerto de Machala y hacer nuestras primeras fotos junto al mar, decidimos continuar el viaje hacia Guayaquil, subiendo por la costa hacia el norte, pero antes nos detuvimos en una mercado callejero donde Carlos pensaba aprovisionarse de una buenas chanclas para la playa, y mientras lo esperábamos debajo de unos pequeños toldos que nos daban algo de sombra nos sucedió algo gracioso con un borrachito que se quedo mirando a Hector, que estaba sobre la moto con la chaqueta y el casco puestos, y en medio de ese calor insoportable, el borrachito viendo ese extraño personaje cubierto de pies a cabeza se le acerco y sin mediar palabra le dio un pellizco en la mano para luego preguntarle «¿oiga usted es un marciano o que?», y la verdad es que en un país en el que se ven muy pocas motos, en más de una oportunidad nos habíamos sentido como si viniéramos de otro planeta.
Nuestra primera foto junto al Pacífico en Machala.
Para llegar a Guayaquil debimos recorrer 190 kilómetros de interminables rectas, en medio de un calor insoportable y con las bananeras acompañándonos casi todo el tiempo, lo más curioso de este tramo fue que al acercarnos al primer peaje, salió alguien de una de las casetas corriendo hacia nosotros y con los brazos en alto nos hacía unas señas que al principio no entendíamos, pero después comprendimos que nos estaba señalando un camino que había al lado izquierdo del peaje por el que supuestamente debíamos pasar, nosotros algo extrañados cruzamos el separador, los dos carriles contrarios y llegamos hasta una reja que nos abrieron para que cruzáramos el peaje sin tener que pagar. Este procedimiento curioso se repitió más adelante en otros peajes y así llegamos a la conclusión de que en esta parte del país las motos son como bichos raros que de vez en cuando aparecen por las carreteras.
En Guayaquil nos sorprendimos al encontrar una ciudad moderna, con grandes avenidas y un centro muy organizado y limpio, cosa que no esperábamos. El calor seguía siendo infernal, incluso peor que en Machala y las motos se sentían como unos hornos entre las piernas mientras nos movíamos lentamente de semáforo en semáforo, buscando un malecón turístico que nos habían recomendado visitar y que está a orillas del caudaloso río Guayas, en el que también se encuentra el principal puerto del Ecuador.
Aquí vemos parte del Malecón 2000 que se extiende a lo largo del caudaloso río Guayas en pleno centro de Guayaquil.
El Malecón 2000 es el orgullo de Guayaquil y el sitio turístico de moda en esta agitada ciudad costera, en este parque que se inauguró para conmemorar el fin del milenio dejamos las motos descansando en un parqueadero cubierto y nos fuimos directo a la zona de restaurantes, donde disfrutamos de un menú variado y sobretodo de un refrescante aire acondicionado que nos volvió el alma al cuerpo. Después estuvimos recorriendo gran parte del parque, que tiene varios kilómetros de largo y todo tipo de atracciones para niños y adultos, entre ellas el buque escuela de la marina ecuatoriana que hace las veces de museo flotante.
Al final de la tarde, casi deshidratados después de la caminada, decidimos continuar hacia una ciudad turística llamada Salinas, pues la idea era buscar más tranquilidad y sobretodo buenas playas, pero pronto comenzó a oscurecer y al llegar a un desvío donde paramos a recargar combustible nos contaron de un pequeño pueblo turístico llamado Playas, que se encontraba a sólo 28 kilómetros de allí y como Salinas estaba a más del doble y el cansancio ya era bastante, creímos que lo mejor sería pasar la noche en este sitio y continuar al día siguiente nuestro camino.
El buque escuela de la Marina ecuatoriana permanece anclado en el Malecón 2000 en Guayaquil.
La vida es curiosa, queríamos playa y terminamos efectivamente en Playas, un lugar que no estaba dentro de nuestros planes y que resulto ser un pequeño paraíso donde encontramos la tranquilidad y el mar que habíamos estado deseando, y lo que pensábamos que sería una parada de emergencia para pasar una noche se convirtió en tres deliciosos días de descanso, en los que disfrutamos de unas playas espectaculares, de una excelente comida de mar, la mejor de todo el viaje, y de una atención inmejorable que nos brindaron en el hotel.
Hasta este punto las máquinas no se habían quejado para nada, pero teniendo en cuenta que llevábamos un poco más de 2.500km recorridos decidimos que ya era hora de poner aceite nuevo en los motores, dejándolos listos para afrontar el resto del viaje. Con respecto a nosotros, salvo por el intenso calor que en ciertos momentos se hacía insoportable y por un exceso de sol que habían recibido nuestras espaldas no teníamos nada de que preocuparnos, en pocas palabras todo seguía marchando perfectamente.
Playas es un lugar tranquilo con un mar delicioso.
El décimo día de viaje empacamos todo nuevamente y partimos temprano rumbo a Salinas, que se encontraba a unos 100km, pero saliendo de Playas tomamos el camino equivocado y sólo 16 km más tarde, cuando el pavimento se convirtió en un destapado, nos dimos cuenta del error. Era la primera vez que nos perdíamos y eso que en el Ecuador la señalización vial prácticamente no existe. Por suerte esta equivocación no afecto mucho nuestro itinerario y minutos más tarde retomábamos el camino correcto por una vía demasiado transitada donde los carros se adelantaban de manera muy peligrosa y nos pasaban rozando a toda velocidad, afortunadamente este tramo no fue muy largo y llegamos a Salinas sin problemas.
Antes del medio día ya estábamos instalados en un pequeño hotel ubicado en la zona turística de esta ciudad costera y más tarde nos fuimos a almorzar a un restaurante de unos colombianos que encontramos por pura casualidad mientras buscábamos hospedaje, y allí nos dimos gusto comiendo arepa, chorizo, chicharrón, frijoles y demás delicias culinarias de nuestra tierra que como buenos paisas ya estábamos extrañando.
Aqui se puede ver una imagen nocturna de una de las playas de Salinas.
Salinas vive principalmente del turismo y se parece bastante a Cartagena o Santa Marta, con una zona llena de hoteles y edificios que se disputan cada centímetro de vista al mar y con una amplia variedad de posibilidades para disfrutar las 24 horas del día, y allí en medio de una abundante afluencia de turistas, se nos fue el resto del día recorriendo sus playas, sus avenidas y disfrutando del ambiente alegre que se sentía en el aire.
Al día siguiente arrancamos un poco más tarde que de costumbre, la idea era subir por una carretera llamada «La Ruta del Sol» que tiene pocos años de haber sido construida y el objetivo era llegar hasta Manta, una ciudad ubicada a 225 kilómetros de Salinas de la que sólo sabíamos que era otro importante puerto a orillas del pacífico.
La Ruta del Sol es una deliciosa carretera que sube por la costa bordeando hermosas playas solitarias.
Al salir pensábamos que sería otro día de monótonas rectas, siguiendo cultivos o tierras ganaderas, pero estábamos totalmente equivocados, pues muy pronto la carretera salió junto al mar y comenzamos ver hermosas playas solitarias que nos acompañaban por largos tramos y así fueron pasando los kilómetros mientras cruzábamos pequeños pueblos de pescadores o nos adentrábamos en pequeñas montañas donde la carretera se perdía en medio de una espesa selva tropical y luego cuando menos pensábamos, salíamos nuevamente a playas cada vez más exóticas y solitarias que nos obligaban a detenernos para poder contemplarlas en toda su dimensión.
Justo a la entrada de un caserío, un pedazo de alambre se incrustó en la llanta trasera de la moto de Hector reventando el neumático y dejando escapar todo el aire de golpe, por suerte encontramos a pocos metros de allí un techo de paja donde pudimos resguardarnos del implacable sol que no nos había perdido de vista en todo el camino, con razón se llamaba La Ruta del Sol, y allí procedimos a cambiar el neumático, aunque en verdad la mayoría del trabajo lo hizo Hector que tiene bastante experiencia en la materia.
Aquí paramos a ver el islote Los Ahorcados
Una vez superado el percance continuamos nuestro camino y llegamos a Puerto López, un pueblo a orillas del mar que es el lugar preferido por los turistas que llegan a la zona a divisar las ballenas entre junio y septiembre, pero como apenas era enero, debimos lo más parecido que pudimos ver, fue el delicioso pescado que nos comimos en un pequeño restaurante junto al mar. Después de este receso seguimos disfrutando de la carretera y de las hermosas playas vírgenes que nos acompañaron casi hasta llegar a Manta, donde estuvimos recorriendo la ciudad en busca de un hotel, pero muy pronto comprendimos que esta ciudad portuaria no era lo que habíamos imaginado y decidimos continuar hacia Bahía de Caráquez, que era la siguiente ciudad en nuestro camino a 125 kilómetros de allí, donde esperábamos encontrar un lugar más agradable y tranquilo, pero a medida avanzábamos y la noche se acercaba, más solitario se tornaba el paisaje y la carretera que comenzó como una autopista de cuatro carriles muy pronto se redujo a dos y luego se fue estrechando hasta convertirse en un camino con tramos sin asfaltar y así transcurrieron los últimos kilómetros de la jornada, hasta que logramos llegar a Bahía minutos después de oscurecer.
Esa noche aprovechamos las pocas energías que nos quedaban para recorrer algunas calles de esta pequeña ciudad que se encontraba en total silencio y tan solitaria que parecía abandonada y al otro día decidimos salir temprano y en vez de tomar la carretera por donde habíamos llegado, optamos por cruzar en ferry a un poblado llamado San Vicente que se lograba ver al otro lado de un bello estuario formado por el río Chone en su desembocadura al mar.
El único percance que tuvimos fue un pinchazo que se pudo reparar fácilmente.
El paseo en la gabarra, que es como llaman ellos al ferry, duró unos 15 minutos y nos permitió contemplar el hermoso panorama que forma la pequeña bahía mientras navegábamos hacia la otra orilla. La verdad es que hubiéramos querido tener más tiempo para quedarnos a conocer unas reservas ecológicas donde hay una exuberante fauna, así como algunas playas cercanas y varios centros arqueológicos de gran importancia, pero los días ya se nos estaban agotando y todavía teníamos mucho camino por delante, por lo que esto quedo como un motivo más para regresar.
Cuando desembarcamos en San Vicente, nos despedimos definitivamente del mar y seguimos rumbo al interior del país, dirigiéndonos hacia Santo Domingo de los Colorados, por una carretera que comenzó en muy mal estado y que nos obligaba a manejar con bastante cuidado, no sólo por lo estrecha, sino por que el pavimento había desaparecido casi por completo, pero pronto las cosas fueron mejorando y finalmente llegamos a Chone y tomamos la carretera principal que lleva a Quito y en un par de horas estábamos pasando por Santo Domingo, donde sólo entramos a conocer un poco y aprovechando que apenas era medio día, decidimos seguir avanzando hasta encontrar alguna hostería campestre donde quedarnos a dormir, pero las cosas no salieron como pensábamos y unos pocos kilómetros más adelante comenzó a llover y medida que subíamos a la cordillera, la lluvia se convirtió en una espesa neblina que nos obligaba a rodar muy lentamente y así seguimos hasta coronar el largo ascenso, donde el clima mejoro un poco, pero cada vez se acercaba más la noche y todavía no habíamos visto ni una sola hostería, ni nada parecido, por lo que comenzamos a preguntar por hoteles en los pequeños poblados que nos encontrábamos, pero en todas partes la respuesta era negativa y Quito estaba todavía a más de 2 horas, por lo que seguimos preguntando hasta que tuvimos suerte y nos indicaron como llegar a un pequeño hotel en las afueras de un pueblo agrícola llamado Machachi, al que arribamos con los últimos rayos de luz.
Fueron muchas las playas solitarias que vimos de Salinas a Manta
De un calor sofocante, habíamos pasado nuevamente a un frío intenso, pero en Machachi a pesar de ser casi las ocho de la noche esto no parecía preocupar a nadie y el centro del pueblo estaba lleno de gente que se movía de un lado para otro y los almacenes permanecían abiertos ofreciendo todo tipo de mercancías, mientras nosotros estábamos por congelarnos en nuestra búsqueda de una comida decente para cerrar la jornada.
Con un cielo despejado comenzamos el día catorce de nuestra aventura, el plan era seguir hacia el norte por una carretera que nos evitaría el paso por Quito para luego tomar la vía panamericana y seguir hasta Ibarra, una ciudad de hermosa arquitectura colonial, que goza de un clima muy agradable y donde se pueden ver bastantes indígenas con sus coloridos atuendos que parecen pensados para alegrar el paisaje.
Esto es Bahía de Caráquez.
Ese día nos tomamos las cosas con toda la calma y paramos en muchos lugares interesantes, como en unas curiosas cuevas que vimos al lado de la carretera y que llegamos a la conclusión de que se trataba de pequeñas minas artesanales o un pequeño monumento que señalaba el paso de la línea ecuatorial por la panamericana, también nos quedamos largo rato contemplando nuevamente el volcán Imbabura y visitamos un pequeño pueblo a la entrada de Ibarra que es famoso por sus tallas en madera. En la tarde nos dedicamos a recorrer a pie el centro de Ibarra y terminamos en un pequeño negocio comiendo los tradicionales helados de paila, que se hacen batiendo el jugo de las frutas en grandes pailas de cobre que colocan sobre bloques de hielo que los indígenas traen en sus espaldas desde los nevados.
Nuestro tiempo en el Ecuador se terminaba a medida que avanzábamos hacia la frontera y todos sentíamos en parte alegría por saber que habíamos logrado nuestro objetivo y que regresábamos a casa intactos, pero también un poco de tristeza al ver que nuestra aventura en el vecino país llegaba a su fin. Pero el viaje continuaba y una vez superados los trámites fronterizos, seguimos a Ipiales y de allí nos desviamos hacia el Santuario de las Lajas, donde pudimos apreciar una imponente muestra de lo que es capaz de hacer la fe. Luego seguimos hacia pasto, donde pasamos la tarde conociendo la ciudad y al otro día nos madrugamos para continuar hacia el Valle del Cauca donde nos separamos de Hector y Carlos que siguieron hacia el Quindío, para visitar al día siguiente el Parque del Café. Nosotros seguimos hacia Cali donde nos quedamos un día descansando en la casa de unos familiares y a la mañana siguiente nos encontramos nuevamente con nuestros compañeros de viaje en la Tebaida, para seguir juntos hasta Medellín y cerrar así esta inolvidable aventura de 18 días y 4.700 km.
En Bahía de Caráquez nos dimos un paseo en «La Gabarra» que es un ferry que cruza el estuario del río Chone.
Subiendo hacia Ibarra nos encontramos estas curiosas cuevas junto a la vía.
De regreso nos encontramos otro monumento en donde la línea ecuatorial cruza la panamericana
Incrustado en un cañón, cerca de Ipiales, se encuentra el Santuario de las Lajas.
Información útil para viajar al Ecuador:
– Para el ingreso de la moto se requiere un permiso que puede obtenerse en los consulados o en la embajada llevando la matrícula, el pase y $10.000
– Para el ingreso de las personas exigen pasaporte, cédula y certificado del DAS internacional, pero esto es mejor confirmarlo antes en el consulado.
– La moneda del Ecuador es el dólar americano y es mejor tratar de llevar billetes de baja denominación, aunque en las poblaciones fronterizas se puede pagar en pesos colombianos.
– Es mejor llevar un buen mapa, pues la señalización prácticamente no existe.
– Los precios de hoteles y comida son muy similares a los nuestros, la gasolina es un poco más barata y en algunos peajes las motos pagan 5 centavos.
– Actualmente las carreteras se encuentran en muy buen estado, pero en la costa se debe tener mucho cuidado con los policías acostados que abundan y generalmente no están pintados.
– Estas son algunas direcciones de internet donde hay buena información turística sobre Ecuador: www.vivecuador.com – www.rutadelsol.com.ec
Ecuador – Primera Parte
Edición 39
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