Rodar por el mundo es un sueño que muchos tenemos, aquí les compartimos un poco de la historia de Pedro y Daniel, padre e hijo, dos colombianos que lo hicieron realidad sobre dos Kawasaki KLR 650. Aquí en la mezquita de Sultanahmet, Estambul.
Viajar no solo es sumar kilómetros, es acumular experiencias, amigos y mucho conocimiento, es casi una cátedra obligatoria para ver que el mundo es más de lo que se aprecia en los libros e incluso en las noticias, es por esto que el siguiente artículo nos cuenta un poco de ese aprendizaje que compartieron padre e hijo en su vuelta al mundo cruzando 4 continentes, 27 países, durante 15 meses y 60.000 kilómetros.
Los protagonistas de esta historia son Pedro y Daniel Gómez (padre e hijo), ambos se dejaron tentar por las anécdotas de los motociclistas que pasaron por Colombia y por las historias de Ewan McGregor y su compañero de viajes Charley Boorman, fue así como se animaron a vivir su propia experiencia que comenzó a prepararse en febrero de 2013, arrancó en agosto de 2014 y terminó en noviembre de este año.
Cruzando las montañas de Georgia.
Su historia comienza con esta frase de Pedro: “El mundo no es tan grande como a veces creemos y para trascender tenemos que soñar, ponerle fecha a esos sueños, y salir a trabajar para conseguirlos” y así fue como lo hicieron, soñando, marcando en el calendario el día de la partida y trabajando duro para poder cumplir con lo propuesto.
El primer paso fue montar varios frentes de trabajo enfocados al desarrollo del proyecto así: la ruta, donde era clave programar el paso por Rusia, Mongolia y África, pero además debían estar muy pendientes de seguir el verano para rodar en las mejores condiciones; la parte de documentos era la que se encargaba de la logística de visas y permisos para las motos y al partir solo tenían dos visados en sus pasaportes, el de Estados Unidos y el de Sudáfrica, en cuanto al dinero los presupuestos no eran los de viajeros 5 estrellas, los Gómez tenían claro que lo importante era estirar el presupuesto para hacer el viaje soñado y no dormir en lugares costosos para tener que regresar antes de lo previsto; la parte de salud era fundamental tenerla cubierta, en caso de algún accidente durante el viaje y finalmente las motos.
Cruzando Mongolia
A la hora de elegir las compañeras de ruta se decidieron por dos Kawasaki KLR 650 que cumplieron a cabalidad con el reto y los trajeron de vuelta a casa. La razón para su elección tuvo que ver con su mecánica y la electrónica, pues para solucionar inconvenientes en carretera lo mejor es no depender mucho de un computador. Pero ahora tras su retorno a Colombia, admiten que una moto de 400cc es más que suficiente para un viaje como este.
Más que padre e hijo, parecen un par de amigos, a la hora de hablar la batuta la tiene Daniel, pero Pedro aclara que por más camaradería que exista, luego de 15 meses de viaje él no abandona su rol de padre y menos a la hora de enfrentar los momentos más duros del recorrido, como su paso por el Sur de Bolivia, algo que Daniel recuerda como un karma, la altura y la arena estaban minando la moral del más joven, múltiples caídas lo hicieron cambiar la ruta y desistir de ir a Iguazú.
La «selfie» en las pirámides no puede faltar
Desde Argentina mandaron sus motos hasta Sudáfrica y de allí comenzaba la ruta por ese continente exótico y misterioso que les permitió descubrir cosas maravillosas, entre ellas Sudán, un lugar vetado por amigos, familiares y el mismo Ministerio de Relaciones Exteriores, pero que sin duda dejó claro que la prensa vende la imagen equivocada o exagerada de las cosas. Allí, un problema con una de las motos, les mostró que gente buena es la que abunda en el mundo, luego de que unos policías notaron el percance, les ofrecieron comida y alojamiento gratis mientras solucionaban el problema.
El fin de año los tomó en Tanzania, una tierra de contrastes y hermosos paisajes. La mitad del viaje sirvió para hacer una pausa y fue en Turquía donde permanecieron un mes y se encontraron con los otros dos miembros de su familia, lo que sirvió como una recarga de baterías para seguir adelante con la ruta. El cruce hacia Europa se vio frustrado por un tema logístico con el ferry que los movería con sus motos, por lo que el viaje sufrió un recorte de tres meses.
El paso por Mongolia dejó huella en los viajeros, un grupo de alemanes que rodaban sobre unas Ural se unió a ellos para compartir la ruta y las situaciones complicadas que vivieron cuando fueron atacados por un grupo de asaltantes que, cual película de Mad Max, arremetieron con todo para poder robarles algunas de sus pertenencias, situación que por fortuna no se repitió en el resto del trayecto.
Aquí un increíble paisaje en Utah, USA.
Cuando les preguntamos qué fue lo mejor del viaje, las opiniones son encontradas, Daniel llegó impactado con Rusia, el amor de la gente por su tierra, el orgullo de poder superar los obstáculos que la naturaleza le impone a sus habitantes, el idioma, los rastros del comunismo, marcaron al menor de los viajeros, al igual que el desierto y las penurias en Bolivia, mientras que para su padre, La Carretera de los Huesos en Rusia era cumplir un sueño de años atrás y superarla fue lo mejor del viaje.
El puerto de Vladivostok fue el elegido para mandar desde Rusia hasta Seattle en Estados Unidos las motos que viajaron por barco. El lapso que les daba el trayecto marítimo coincidió con el paso de los alemanes por la Carretera de los Huesos y justamente uno de ellos no haría el recorrido, así que vendería su Ural, en vista del tiempo que tomaba la llegada de las motos hasta tierras americanas y el tiempo extra que había quedado al no cruzar Europa, Pedro le planteó la ruta de los huesos a Daniel, que se negó rotundamente a recorrerla, so pretexto de que él no había hecho ese viaje para sufrir por sufrir y para él no tenía ninguna gracia enfrentar 2.000 kilómetros de terreno agreste solo por tenerlo en su bitácora, así que ambos tomaron rumbos diferentes, mientras Pedro volvía a adentrarse en tierras rusas para encontrarse con los alemanes, comprar la Ural por 350 dólares y emprender la agreste ruta, su hijo viajaba a un país asiático para tomarse un descanso de la moto y sumar un sello adicional a su pasaporte.
Pedro posa junto al grupo con el que decidió cruzar la Carretera de los Huesos, una ruta muy difícil al oriente de Rusia. En su construcción se usaron los huesos de miles de prisioneros que murieron haciéndola.
En palabras del mismo Pedro ese trayecto lo vivió así: “Fueron 2.000 km, 260 km de ellos realmente retadores, tuvimos dos accidentes, montamos en ferry en dos ocasiones por más de una hora, perdimos un sidecar y compramos otro, se rompió un chasis, cambiamos 5 amortiguadores, cruzamos 3 ríos en los que el agua cubría completamente las motos, en uno de ellos mi moto estuvo bajo el agua más de 12 horas, usamos el sistema de poleas unas 7 veces, uno de los ríos lo cruzamos en un enorme camión Kamaz, encontramos stickers de Long Way Round (la travesía de Ewan que lo llevó a esa ruta en particular), usamos la moto sierra como nunca, tuvimos muchas noches por debajo de los -5 grados, luchamos contra los mosquitos a más no poder, destruí un rin de mi sidecar, cambié cable de freno y de clutch, acabé el sistema de frenos del sidecar, perdí el guardabarros del sidecar, tuvimos un par de fiestas, varias personas nos ofrecieron sus casas y tuvimos tres veces Baño Ruso (popularmente conocido como Baño Turco), bajé la caja de cambios tres veces para repararla, en la etapa de 260 km nos quedamos sin comida al 6° día, y sin gasolina faltando 30 km, al final vendí mi moto por lo mismo que la compré, mis botas ya no son impermeables, dañé la visera del casco, mis guantes tienen más de dos metros de hilo adicionales por los remiendos, quemé dos sacos, un par de medias y el pareo secándose en la fogata, me encanta el pan y las moras silvestres, y pues … se pasó muy bueno. La vida es un ratico. Lo importante no es NO tener miedo, sino que seamos más fuertes que nuestros temores. Finalmente llegué a Magadan y sobreviví la Carretera de los Huesos.
Luego de la experiencia placentera y relajada del hijo y el padecimiento-disfrute del padre, ambos viajaron a los Estados Unidos para reencontrarse con sus motos y seguir la ruta.
Así, poco a poco fueron cubriendo el mapa con los puntos superados, y fue así como el 1° de noviembre de 2015 ponían en sus redes sociales: “Uno de los paisajes más emocionantes que hemos visto fue volver a ver las montañas colombianas”. Luego de su paso por Estados Unidos y Centroamérica llegaron a Capurganá, procedentes de Panamá y de allí a Medellín, para dar fin a su vuelta por el mundo y experiencia de vida de Padre e Hijo.
Para Pedro fueron tan intensos los momentos previos a la partida como los últimos días de viaje, saber que entraba a Colombia hizo que su corazón sintiera la nostalgia de lo que quedaba tras de él y al momento de sellar su pasaporte para marcar el ingreso a su tierra, el viaje pasaba frente a él en cámara lenta, pero el contacto con los olores, sabores y el deseo por reencontrarse con los suyos era más fuerte que lo que había dejado atrás y es así, en cámara lenta, como narra esa última noche de una aventura épica antes de llegar a San Jerónimo (occidente antioqueño) donde padre e hijo fueron recibidos por familiares y amigos.
Tips de Daniel y Pedro
– Aprovecha las herramientas que internet tiene para conocer gente, ellos usaron CouchSurfing, que es un sitio donde te inscribes para brindar o pedir alojamiento gratis.
– A lo hora de viajar en compañía, hay que ser muy tolerantes y más si se trata de padre e hijo, aprovecha esa confianza que se va desarrollando a medida que pasa el tiempo pues es útil a la hora de enfrentar las situaciones que la ruta va sacando a flote.
– Una moto más pequeña puede funcionar muy bien, en especial cuando hay que moverse con equipaje y en una ruta tan larga.
– Viajar te brinda un crecimiento y un conocimiento del mundo que no te da ninguna cátedra, no tiene que ser una vuelta al mundo, simplemente salir del entorno conocido o del lugar seguro te ayuda a crecer.
– La planeación es indispensable, saber con qué se cuenta para viajar, hasta dónde se quiere llegar y en qué condiciones.
Un sentimiento surrealista
Me levanté a las 5 am, estaba en Metema, Etiopía. Llegue a la caseta donde iba a hacer el papeleo de salida de este país e iba a entrar a Sudán, la caseta estaba cerrada, en ese momento se me acerca un etíope con un balón y me invita a jugar fútbol, yo acepto, mientras jugábamos amanece y las mezquitas del lado de Sudán empiezan a llamar a la oración. Entonces ahí estaba yo, un montañero de Medellín en un pueblo perdido en la mitad de África, esperando a que abrieran una oficina, jugando fútbol con unos etíopes mientras veía un amanecer hermoso y escuchaba los cantos en árabe de los sudaneses, que sentimiento tan surrealista.